Los vagos comienzos
Vagas resonancias de todo ello fueron lo que llegó hasta nosotros durante los largos y opacos siglos de la Colonia, hasta el punto de que son muy pocas las figuras notables que logran seguir las huellas a los grandes genios del Renacimiento español. En el caso de la Nueva Granada, apenas merece una mención la monja Francisca Josefa del Castillo, más por su autobiografía que por sus débiles versos; y bien vale la pena subrayar la importancia excepcional que tiene un original y hermético poeta, discípulo de Góngora, es cierto, pero que, tanto en breves como en extensísimos poemas, da la medida de un talento lírico excepcional: es Hernando Domínguez Camargo y, sin otras creaciones de mérito especial, se llega pronto a la época de la Independencia y, algo más tarde, a la renovación literaria que implica el romanticismo. Lo que queda atrás, o sea, los finales del siglo XVIII y una buena parte del siglo XIX, tiene los límites y la marca pobre de un «costumbrismo» sin verdaderas proyecciones estéticas. Y el marco fijado para este comentario literario —en particular sobre la poesía— es otro: es el comprendido entre el año de 1886, que coincide con una nueva forma de gobierno y una nueva constitución política, y el de 1930 cuando, llegado el partido liberal al gobierno, la totalidad de las estructuras del país empiezan a modificarse radicalmente, con un cambio de mentalidad que se hará muy visible en las artes y en las letras.