La literatura nace, en la geografía que hoy es Colombia, como una débil prolongación —un eco apenas, un apéndice— de aquello que era la literatura de España en uno de sus instantes más brillantes y sobrecogedores. Si el siglo XV fue, en su final, el del asombroso descubrimiento de América y allí mismo empezó la gesta de la Conquista, de tanta gloria para los españoles como de tanto infortunio y desamparo para los indígenas, los siglos XVI Y XVII representan, por excelencia, la llamada «edad de oro» de las letras hispánicas.
El Renacimiento había llegado tarde, sin embargo, a España; y si, en las letras concretamente, Italia ya era plenamente renacentista durante los siglos XIV y XV, ese fenómeno no se había extendido todavía a la península ibérica. Ciencia nueva, «cosmos» nuevo y, sobre todo, un hombre nuevo habían ya surgido en Italia; y sus pensadores, novelistas y poetas tienen ya el sello inconfundible de la nueva edad. Hay un aire nuevo, una tendencia paganizante, un renovado culto al cuerpo humano, que se aprecian en la escultura y también en la literatura; y vueltos hacia la antigüedad griega y romana, reviviéndola más que copiándola, ya hay en Italia figuras como Petrarca y Botticelli, como Maquiavelo y Galileo.