Tango y Cultura Popular ® N° 165 | Page 9

De allí en adelante nada pudo detenerlo. "Conmigo cien orquestas de tango y mil clubes de barrio florecieron", poetiza. La venta de sus discos creció a un ritmo vertiginoso, enancada en dos placas que dieron la vuelta al mundo: La Cumparsita y La Puñalada. "Desde entonces se vendieron 18 millones de discos -exagera-. No de la ley 18.188." El Huracán En esa época también comenzó a desarrollar el poco ortodoxo estilo con que dirige su orquesta. Mezcla de patriarcal dictador, gimnasta rítmico y muñeco articulado, su accionar sobre el escenario semeja una coreografía absurda que le ha ganado burlones comentarios, "Cuando dirijo soy natural -justifica-. Y me trasformo. Yo dirijo así, lo siento así. A la vez trasmito mis sentimientos a los músicos y ellos, al público. Soy otro tipo arriba del palco. No lo conozco a ninguno, ni a él (señalando a Alberto Echagüe). Para poder llegar al público, al pueblo. "En eso coinciden todos los miembros de la orquesta, "Abajo se llama Juan -sintetiza el bandoneonista Carlos Lazzari-; arriba, el maestro D'Arienzo." "Antes dirigía con la batuta; ahora con las manos solas: son más expresivas", pretende. Pero escamotea; en realidad lo hago con las manos, los dedos, los brazos, los ojos, con el cuerpo entero. "No crea que es para que el público me mire -se defiende-. Lo vivo así. Una mirada quiere decir algo siempre, que alguien se tiró a chanta, que no toca. Son mis corriditas clásicas cuando veo que algún elemento afloja, está distraído. Para que esté atento y exigirle lo que quiero lo animo, lo entusiasmo." Pero no es la única razón. El público también tiene que ver con ese ejercicio extenuante, y acaba por reconocerlo. "Es cierto, palpo al público para ver qué es lo que quiere -maquina-. A veces, en la provincia, la gente es apática, fría y, entonces, la voy buscando psicológicamente, hasta encontrar lo que quiere ese público especifico. "Algo que invariablemente averigua y que sólo él puede hacer en un disciplinado conjunto, al que la ausencia de sus acrobacias deja poco menos que indefenso. "Lo que pasa es que el público exige, no concibe la orquesta sin Juan D'Arienzo. Por algo debe ser. Y no es por el lunar que tengo aquí, en la mejilla derecha. Conmigo la gente se siente mejor, con más impulso, más matiz. Es el tango clásico. Una expresión distinta, más bailable que melódica." Al maestro con cariño Lo cierto es que, pese a sus desbordes megalomaníacos, los integrantes de su orquesta sienten veneración por el absorbente conductor. Pera ellos, trabajar bajo sus órdenes es, además de un magnífico negocio, motivo de orgullo. "Me pierdo un montón de guita actuando con la