De allí en adelante nada pudo detenerlo. "Conmigo cien orquestas de
tango y mil clubes de barrio florecieron", poetiza. La venta de sus discos
creció a un ritmo vertiginoso, enancada en dos placas que dieron la
vuelta al mundo: La Cumparsita y La Puñalada. "Desde entonces se
vendieron 18 millones de discos -exagera-. No de la ley 18.188."
El Huracán
En esa época también comenzó a desarrollar el poco ortodoxo estilo con
que dirige su orquesta. Mezcla de patriarcal dictador, gimnasta rítmico y
muñeco articulado, su accionar sobre el escenario semeja una
coreografía absurda que le ha ganado burlones comentarios, "Cuando
dirijo soy natural -justifica-. Y me trasformo. Yo dirijo así, lo siento así. A
la vez trasmito mis sentimientos a los músicos y ellos, al público. Soy
otro tipo arriba del palco. No lo conozco a ninguno, ni a él (señalando a
Alberto Echagüe). Para poder llegar al público, al pueblo. "En eso
coinciden todos los miembros de la orquesta, "Abajo se llama Juan
-sintetiza el bandoneonista Carlos Lazzari-; arriba, el maestro
D'Arienzo."
"Antes dirigía con la batuta; ahora con las manos solas: son más
expresivas", pretende. Pero escamotea; en realidad lo hago con las
manos, los dedos, los brazos, los ojos, con el cuerpo entero. "No crea
que es para que el público me mire -se defiende-. Lo vivo así. Una
mirada quiere decir algo siempre, que alguien se tiró a chanta, que no
toca. Son mis corriditas clásicas cuando veo que algún elemento afloja,
está distraído. Para que esté atento y exigirle lo que quiero lo animo, lo
entusiasmo." Pero no es la única razón. El público también tiene que ver
con ese ejercicio extenuante, y acaba por reconocerlo. "Es cierto, palpo
al público para ver qué es lo que quiere -maquina-. A veces, en la
provincia, la gente es apática, fría y, entonces, la voy buscando
psicológicamente, hasta encontrar lo que quiere ese público especifico.
"Algo que invariablemente averigua y que sólo él puede hacer en un
disciplinado conjunto, al que la ausencia de sus acrobacias deja poco
menos que indefenso. "Lo que pasa es que el público exige, no concibe
la orquesta sin Juan D'Arienzo. Por algo debe ser. Y no es por el lunar
que tengo aquí, en la mejilla derecha. Conmigo la gente se siente mejor,
con más impulso, más matiz. Es el tango clásico. Una expresión distinta,
más bailable que melódica."
Al maestro con cariño
Lo cierto es que, pese a sus desbordes megalomaníacos, los integrantes
de su orquesta sienten veneración por el absorbente conductor. Pera
ellos, trabajar bajo sus órdenes es, además de un magnífico negocio,
motivo de orgullo. "Me pierdo un montón de guita actuando con la