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Los muchachos
de antes no eran
metrosexuales
(N. de la R.: Este artículo fue escrito para el Día de la Mujer, pero nuestra edición
anterior ya había cerrado cuando lo recibimos).
¡Salú la barra!
¿Cómo fueron las vacaciones?
A mí no me faltó nada: aire de familia en la casa de veraneo, asombro
periodístico, días de estupendo sol (negro soy, así que en verano no
queda más que reafirmarlo).
Solemos compartir -si los tiempos coinciden- una casita en los pagos
del Tuyú de los que se enamoró mi suegro hace muchos años. Esta
temporada tuvimos como anfitriona una adolescente sobrina que
estudia comunicación social, lo cual no tiene nada de extraordinario:
en casi todas las familias hay algún estudiante de humanidades,
aunque las estadísticas dicen que el fenómeno se está revirtiendo
para el lado de la ingeniería, lo cual es bueno y necesario.
Tango y Cultura Popular
Volviendo a mi adolescente sobrina, compartimos libros, charlamos
bastante sobre arte popular y de vez en cuando nos alcanza el tiempo
(el de ella) para almorzar juntos o coincidir en caminatas playeras.
Sobre tango hablamos poquito porque está en la etapa que mi viejo
(como tantos otros) llamaba “el tango te espera” y su juventud la lleva
a apasionarse en clichés del tipo “el lamento del cornudo”.
Justamente de algo de eso trata un artículo que encontramos en un
viejo libro de María Elena Walsh que publicó Sudamericana allá por
1993: Desventuras en el país-Jardín-de-Infantes, estructurado con
trabajos juveniles, escritos publicados o censurados durante el proceso
del ’76 y artículos sobre la entonces joven democracia.
Aclaración respetuosa y disculpas por la auto referencia: un comentario
parecido sobre el mismo trabajo le hice a María Elena en 1994. A ella
no le gustaba que le llamasen maestra, pero para mí siempre lo fue.
Revista N° 161