Juan de Dios Filiberto
“Sólo está muerto lo
que está olvidado. Si a
la memoria de Juan de
Dios Filiberto (18851964) no le bastara,
para perdurar,
su transmisible
herencia de melodías
populares, su muerte
ya pertenece, por
razón de fecha, al
culto tradicional de las
conmemoraciones”,
nos recuerda el
ilimitado poeta y
tangófilo Francisco
García Jiménez a
través de su didáctico
ensayo titulado Así
nacieron los tangos,
Ediciones Corregidor,
Buenos Aires, 1980.
Porque, en efecto, el
inefable músico del
‘Riachuelo’ del barrio
de La Boca, expiró
un 11 de noviembre,
onomástica de San
Martín de Tours, aquel
soldado que más
tarde consagró su vida
a la Iglesia. El mismo
que mil doscientos
años después habría
de resultar “patrono de
Buenos Aires” en sorteo
llevado a término por
Don Juan de Garay
y sus huestes. Como
curiosidad, conviene
evocar que, tras
dos veces electa y
rechazada la cédula del
santo francés,
sale por tercera vez
y es, al fin, aceptada.
¿Quién se atrevería
a negar que el santo
patrono sentó a su
diestra –por derecho
propio– al humilde
artífice de la “canción
porteña”, nuestro
bienamado Juan
de Dios?
Juan de Dios
Filiberto, apenas
iniciada su juventud,
fue lustrabotas,
mandadero,
metalúrgico,
estibador… Chiflando
y tarareando motivos,
hacia el final de la
década de 1900, se
decidió por la música,
entre solfeos y
violines y armonías
de teclados.
Tango y Cultura Popular