presarial, como más útiles y efectivas
para conseguir el éxito profesional y, por
extensión natural en la época de los yuppies y
el workaholismo, en la vida del individuo.
En su particular búsqueda de lo que, para-
fraseando a Einstein, podríamos llamar la
“teoría unificada del éxito”, Covey sostenía que
ambos enfoques eran correctos, pero incom-
pletos. Por ejemplo, todos conocemos perso-
nas profudamente éticas y de sólidos valores
cuya vida transcurrió y acabó sin pena ni gloria; y
también nos hemos topado con personajes
hábiles y carismáticos pero profundamente va-
cíos, que incluso llegaron a ser repudiados por
la sociedad de la que tanto se aprovecharon.
Lo bonito y original de “Los 7 hábitos” es cómo
convirtió la evolución de una persona hacia
el éxito en una figura parecida a un iceberg,
en la que la parte enorme y sumergida tiene
que ver con los valores y la solidez del sujeto
(por eso el conseguir recorrer esta parte del
camino constituye lo que llamó la “Victoria
Privada”); y la parte visible (la “Victoria Pú-
blica”) está conformada por herramientas que
permiten relacionarnos exitosamente con los
demás, pero que se apoyan y fundamentan
inexorablemente en los valores del individuo.
Este mes de agosto, como tengo por costum-
bre cada año desde hace algunos, me tomé
una semana para recorrer una ruta en moto
por alguna zona inhóspita de España. Es mi
tiempo de pensar, de cargar energía en ab-
soluta soledad y sin rumbo fijo, planificando
cada noche qué camino voy a tomar y dónde
voy a dormir al día siguiente. Y una semana a
horcajadas sobre un motor, recorriendo ca-
rreteras perdidas, alojándome en habitaciones
más que humildes y tomando café en el bar
de la plaza de poblaciones minúsculas, da para
unas cuantas reflexiones. Sobre lo divino, lo
humano, y hasta sobre Stephen Covey.
¿Y por qué me vino a la cabeza este señor en
concreto? Pues por tres cosas que detonaron
dichas reflexiones.
La primera es el saludo que nos solemos hacer
los motoristas cuando nos cruzamos en vías
de doble sentido. Si no eres motero y en algu-
na ocasión vas detrás de uno en una carretera,
verás cómo al cruzarse con otro ambos harán
una señal de “V” con los dedos índice y cora-
zón de la mano izquierda (si en ese momento
está pulsando el embrague, también vale una
ráfaga de luces o levantar el pie derecho de la
estribera para agradecer al que te ha facilitado
adelantarle, los tres gestos tienen el mismo sig-
nificado). Dicen que el origen de esta señal se
remonta a la Segunda Guerra Mundial, cuan-
do los soldados motorizados y los correos que
iban y venían del frente se saludaban y desea-
ban buena ruta al cruzarse. Ahora no estamos
en guerra, pero aún así dos individuos que no
se conocen se desean un buen camino libre de
sustos; es un gesto respetuoso y solidario no
exento de cierto romanticismo, y me encanta
saludar y ser saludado por alguien que no co-
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