réis de acuerdo conmigo en que no son platos
de gusto para compartir con alguien, ¿verdad?
Pongamos un pequeño ejemplo para enten-
derlo mejor, y pido disculpas anticipadamente
por la crudeza del mismo.
Imagínate que estuvieras compartiendo tu
vida con una pareja a quien ya no amas, pero
te ves en la obligación de estar siempre a su
lado; y esto para ti no es compañía, sino un
castigo. Miras con envidia a todas tus amista-
des, y te lamentas cada minuto de no poder
ser feliz como lo son ellas. Da igual lo que tu
pareja haga porque no te gustará, y nada,
por mucho que se esfuerce, te hará cambiar
de opinión. Eso sí, cuando por las razones
que sean se confunde, o no consigue sus ob-
jetivos, ahí estás tú para recordarle lo inca-
paz que es y lo vanos que son sus esfuerzos.
Y cada día darías lo que fuera por tener a tu
lado a alguien diferente, más capaz, más in-
teresante, más confiable, más… más de todo.
Es duro, ¿verdad? Pues mucho peor es vivir sin
autoestima, porque si alguien estuviera convi-
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