18 Miguel Rubio
instalado en esa falsa seguridad de lo conocido , aunque encadenase mis tobillos para siempre .
Puede que todo se detuviese demasiado pronto , que todos mis sueños y aspiraciones se borrasen cuando Eva me dejó sin demasiadas explicaciones , tras siete años de noviazgo . Desde los 17 hasta los 24 , la edad de la inocencia . Éramos la pareja del barrio . Todo el mundo pensaba que aquello terminaría en boda . Todos se equivocaron . Luego los años empezaron a pasar demasiado deprisa . Y es verdad que en un par de ocasiones pensé en largarme bien lejos , pero la pereza o la falta de ilusión me lo impidieron . A veces , las cosas felices te unen a los sitios , y eso es bueno , pero las cosas amargas te cortan las alas y te dejan clavado a un lugar que nunca hubieras elegido . Dejarse llevar , en definitiva . Más tarde el alzhéimer de mi madre , su cáncer de estómago y el regreso al barrio de Eva , después de lo de su hija , me amarraron definitivamente allí . Y ¿ para qué ? En este tiempo nos habíamos cruzado un par de veces por la calle y solo me había atrevido a saludarle con un gesto con la cabeza . Así era yo . Ni siquiera fui capaz de construir una frase cuando , en la puerta del supermercado , me dio el pésame al fallecer mi madre . Balbuceé un « gracias » y seguí mi camino hacia ninguna parte . Lo que siempre había hecho , agachar la cabeza y alejarme para no llegar nunca a ningún lado . Puede que dando vueltas en círculo , como un estúpido hámster dentro de una rueda . Tampoco me había atrevido a hablarle unos años antes cuando la visité en el tanatorio , mientras rota de dolor velaba el cadáver de su hija .
«¿ Qué se le puede decir a alguien en un momento así ?», pensé .
A propósito de Eva , se me ocurrió que ninguno de mis amigos había tenido una gran vida . Ella la que menos , desde luego , y eso que durante un tiempo pareció la única que lo había logra-