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Esta es la narrativa mediocre de Marco, lo predecible que puede ser un hombre y su forma de ver la realidad,
los ojos que solo miran lo que él quiere observar, sus sentidos bloqueados por un sentimiento de superioridad
clavado entre sus dos hemisferios, pinchado en glándulas específicas que secretan ignorancia en su sistema
nervioso. Mi orgullo estaba mancillado, sí, pero era por su comparación, por la manera en que relacionaba mi
cueva con su cueva, mi historia con su imitación de literatura, sus prejuicios suprimiendo (como la madre) mi
individualidad desde el momento en que nos conocimos, en que supo que yo era una autora. Su condescendencia
Marco y yo no hemos vuelto a vernos. No quise escuchar sus explicaciones, estoy segura que el supone que mi
orgullo está herido, nuestra confianza tan difícilmente adquirida pulverizada con su secreto: ser un autor desde
hace años, publicando con diferentes nombres falsos en todos los estados de la república cuentos de sueños y de
campos planos donde no hay nadie, ni siquiera piedras y arbustos. Inclusive mencionó que había escondido su
pequeño éxito con los jóvenes autores de todas sus colaboraciones para no herirme, pensaba que sus logros me
harían sentir menos, bloquearían el proceso de mi creatividad y me convertiría en su sombra, en una especie de
clon con senos y vagina que no escribiría lo que está en su mente, sino las expectativas del otro.
se intoxica porque la madre la encierra, bloqueando la puerta con una silla de madera. Las manos se le queman
con el tóxico hasta el músculo, burbujeante y vivo, pierde el conocimiento, se despierta enseguida del cuerpo
de su madre, que la mira con unos ojos cubiertos de venas que gritan “DEMENCIA”. Las únicas palabras que le
dice son: “ojala nunca hubieras despertado”. La madre muere como debía de pasar, pero el corazón de su hija
está desecho, solo abriga los sentimientos y emociones más corrosivos contra la ciudad en la que vive, contra ella
mismo, contra las personas que la abandonaron y nunca volvió a ver. Al final del cuento, la cueva aparece en un
sueño, cubierta de niebla por los costados, sin vegetación a decenas de metros alrededor, llamando a la huérfana
a entrar con una serie de suspiros ahogados que terminan convenciéndola.
ausencia de morfina pudren las facultades mentales de la madre que cada vez le pide a la muchacha cosas irreales
y pruebas dolorosas para probar su lealtad: en una ocasión le balbucea que lave la ropa con jabón y orines; que
cocine con aceite viejo, negro, putrefacto del uso, todas las comidas. La joven limpia el baño con ácido muriático,
Solus Ipse