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Las discusiones por cosas como ésta, que eran demasiado frecuentes al principio de nuestra relación y me
dejaban los nervios destrozados, hasta el punto de haber desarrollado una migraña fulminante por estrés,
lentamente fueron hundiéndose en un olvido placido, en un lago calmo y cristalino que apenas si era
perturbado por el contacto de la hoja de un árbol o la fuerza tenue de la brisa.
ntonces, ¿qué te pareció la historia? - Me dijo que no estaba nada mal, pero que le recordaba a otro
cuento que había leído hace poco. Le pregunté en dónde podía encontrar ese texto. El cuarto estaba frío;
ahora él me estaba dando la espalda, menuda y blanca, mientras observaba la luz penetrante de afuera. -No
me acuerdo-, dijo con su voz de tundra, -pero no creo que haya porqué interesarse en eso-. No contesté,
decidí abrazarlo, que mi cabello largo cayera sobre sus hombros atléticos y humedecer su columna con el
vapor de mi respiración. Yo sé que él no tenía intención negativa en su actitud. Lo conocía demasiado bien
para suponer sarcasmo o ironía, las astillas hirientes que todas las personas escupen por la envidia, en sus
palabras o en su entonación. Marco era así y yo lo aceptaba porqué la felicidad no residía en ese tipo de
detalles ínfimos. Lo besé hasta llegar a su nuca, dejando una huella que se difuminaba con cada sucesión de
labios, con cada repetición que pretendía alejarlo de cualquier malinterpretación de mi silencio. Su mirada
seguía clavada en la luz, en la pared blanca de los vecinos sin ventanas, que probablemente hería sus corneas
hasta pedirme perdón con un susurro débil. Era más considerado conmigo, nuestras personalidades cada vez
se amoldaban mejor una a la otra.
Autor (a)
Solus Ipse