Sociedades XX | Page 15

Se juzga lo diferente por miedo a lo desconocido, pero ¿qué amenaza puede suponer que una persona eduque a sus hijos de otra manera? En el ámbito de la psicología hay un concepto llamado disonancia cognitiva que hace referencia a un estado emocional muy desagradable que

surge como consecuencia de la discrepancia entre las creencias que tenemos acerca de algo, o entre estas ideas y las conductas que se llevan a cabo. La tensión que genera incita a comportarse o a crear justificaciones que eliminen o reduzcan esa contradicción.

Evitar el desacuerdo se acaba convirtiendo en un leitmotiv diario, por lo que se emplea gran cantidad de esfuerzo en mantener las ideas a salvo de las peligrosas amenazas externas. Esto puede llevar a los padres a justificar del modo más exótico posible cierto tipo de comportamientos que se adoptan para que encajen en su sistema de creencias, al tiempo que les lleva también a negar frontalmente cualquier pensamiento o idea que pueda poner en riesgo su manera de pensar. La disonancia cognitiva suele estar detrás de las feroces críticas que vierten algunos padres sobre los que actúan de un modo diferente al suyo, percibiéndolos como una amenaza que pone en riesgo su estabilidad.

Por el contrario, cuando encontramos algo que encaja con nuestras creencias se acepta de un modo acrítico, dejándonos llevar por los estereotipos de aquello que se supone que debemos hacer para no alejarnos del concepto que hemos ido formando de nosotros mismos.

La educación de los hijos es una labor que realizan fundamentalmente los padres del niño, y lo hacen de manera conjunta. Pero, a pesar del cambio de roles que se ha ido produciendo en las últimas décadas, la sociedad sigue mirando a la mujer como la última responsable de esta labor. Y es ella también la principal perjudicada por las batallas entre progenitores. La presión social a la que se ven sometidas les genera un estado de tensión e inseguridad que al final acaban protagonizando este tipo de desencuentros.

No ser parte del conflicto. Conforme se avanza en la educación, no es extraño que se acaben haciendo unas cosas que se creían inviables antes de convertirse en padres. La vida da muchas vueltas, y la paternidad lo cambia todo. Excepto ciertas prácticas que han mostrado ser objetivamente positivas (como la lactancia materna) o negativas (como el castigo físico), la mayoría de las decisiones que

toman los progenitores tienen un carácter tremendamente personal y dependen, en gran medida, de las condiciones que rodean a la pareja. Si lo juzgamos estamos cayendo en una gran falta de empatía, ya que desconocemos los motivos que llevan a cada individuo a actuar del modo en que lo hace.

Cada uno tiene derecho a tener sus opiniones y formas de actuar, y no hay que justificarlas ante los demás; incluso es legítimo cambiar de postura en el momento en el que se sienta que la estrategia que se estaba empleando ya no resulta igual de eficaz. Reconocer que tenemos estos derechos nos ayudará a manejar bastante mejor las críticas. Quizá deberíamos renunciar a formar parte de esa competición por alcanzar la perfección. Aceptar nuestros defectos (y los de los demás) y admitir las limitaciones nos ayudará a hacer las paces con nosotros mismos. Aunque desconozcamos las respuestas a todas las preguntas, estamos deseando descubrirlas. Podremos llegar a conocer algunas si dejamos de protegernos.