Sociedades XX | Page 14

OPINIÓN

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La culpa es de los padres

No hay hijos ni progenitores perfectos, pero sí existen mil y una formas de educar. Por muy diferentes que estas sean, conviene escuchar y olvidarse de prejuicios

ALBERTO SOLER/ EL PAIS, ESPAÑA

La educación y crianza de los hijos es una experiencia maravillosa. Cualquier padre o madre, por exhausto que se encuentre, no dudará en afirmar que es la mejor aventura de su vida. Y probablemente no le falte razón. Pero esta experiencia no está exenta de zonas sombrías. Una de ellas la protagonizan las batallas que se libran entre las distintas maneras que tienen los progenitores de comprender y vivir la enseñanza.

Analizamos, juzgamos y criticamos hasta límites bochornosos a los padres que actúan de un modo diferente al nuestro. Y lo hacemos en parte para protegernos, porque nos va la autoestima en ello: un hijo no deja de ser ese gran proyecto vital en el que un día decidimos embarcarnos, y el resultado de tal hazaña está a la vista de todo el mundo. Su éxito o fracaso también es el nuestro. Siempre es mejor dirigir el foco hacia la paja en el ojo ajeno para salvaguardar así nuestra imagen. Aunque no haya paja. Porque si algo falla, la culpa suele ser de los padres.

Este fenómeno no es nuevo. Hay diversidad de opiniones y formas de proceder en cuanto a la educación, y la crianza siempre ha sido objeto de evaluación social, recayendo esta responsabilidad la mayoría de las veces sobre las madres. En los últimos años, la intensidad del enfrentamiento se ha visto incrementada por dos factores. Por un lado, la popularización de la llamada “crianza con apego”, una corriente opuesta a las tradicionales prácticas conductistas basadas en refuerzos y castigos. Y, por el otro, la injerencia de Internet y las redes sociales, que ha amplificado el conflicto.

Los padres nos sentimos inseguros, aunque esa sensación no deja de ser algo natural. De ella se deriva, en muchas ocasiones, un cierto apego a

unos principios que dictan cómo se debe enseñar y que nos proporcionan una certeza que, de otro modo, sería difícil de lograr. Necesitamos aferrarnos a algo para sentirnos seguros y huimos de esa sensación de duda que nos lleva a cuestionarnos si, quizá, hemos emprendido el camino equivocado. Por este motivo, tanto los partidarios de la crianza con apego como aquellos que educan de manera más tradicional pueden seguir hasta las últimas consecuencias estas doctrinas, llegando a mantener posturas extremas muy alejadas de las corrientes que defienden. En última instancia, actuar así desemboca en un conflicto ideológico con quienes actúan y piensan de otro modo.