SLKS Enero Enero 2013 | Page 14

El mayor desplome bursátil Y el mundo hizo crac En 1929, después de una década de gasto sin freno, crédito sin límite y euforia bancaria, el mercado de valores de EUA se hundió y arrastró consigo a la economía mundial. “Allí estaban; caminaban de un lado para otro como en un hormiguero revuelto visto en cámara lenta, ofreciéndose enormes fajos de títulos a un tercio de su precio anterior y la mitad de su valor actual, y durante muchos minutos consecutivos, sin encontrar a nadie que tuviera la capacidad para aceptar las fortunas seguras que decían poder ofrecer”. La anterior fue la apesadumbrada descripción que hizo Winston Churchill tras presenciar ahí mismo, en Wall Street, el crac que sufrían los mercados financieros el 24 de octubre de 1929. El británico no podía crees que los agentes de Bolsa mantuvieran esa relativa calma cuando, en apenas unas horas, el mercado había perdido cerca de 10,000 millones de dólares. Churchill vio desaparecer las 20,000 libras que había invertido en las, hasta entonces, lucrativas acciones del mercado neoyorquino. Un alocado salto vacío La debacle bursátil que impresionó al premier inglés era sólo la antesala des descalabro que estaba por llegar. Durante cuatro días, los agentes de Wall Street se olvidaron de las normas de etiqueta que mantenían habitualmente y los gritos se adueñaron del parqué financiero: la desconfianza se había apoderado de los inversionistas. Al lunes siguiente, día 28, las órdenes de venta se agolpaban en las mesas de negociación incluso cuando el mercado aún no había abierto. La tecnología se alió con el pánico: las teleimpresores que marcaban las cotizaciones de Bolsa no se daban abasto, porque el volumen de compraventa había triplicado el de un día normal, superando los 16 millones de títulos. El cable que cruzaba el Atlántico transmitiendo datos se rompió, las líneas de teléfono se saturaron y muchos corredores de bolsa tuvieron que utilizar taxis para hacer llegar información de las operaciones a sus clientes, ante la imposibilidad de recurrir al telégrafo. La caída fue de 38 puntos y la jornada fue bautizada como “el día de la matanza de los millonarios”. Sin embargo lo peor llegó el martes 29 de octubre. El mundo entero quería desprenderse de sus acciones y el mercado caía en picada; como también los cuerpos de algunos inversores, que no tuvieron más salida a su ruina que lanzarse desde las ventanas de los pisos más altos de los hoteles. A última hora de la sesión, el magnate John Rockefeller anunció que él y su hijo comprarías acciones para tranquilizar al mercado. De esta manera consiguieron hacerse con la propiedad de grandes corporaciones a precio de saldo, pero no salvar a un sistema financiero que había saltado por los aires. La prosperidad y la euforia especulativa que habían dominado la década de los años 20 se volatilizaron en apenas tres sesiones de la Bolsa. Atrás quedaba la inversión en acciones como pasatiempo favorito, incluso de las familias más humildes. En los llamados “felices veinte”, los ciudadanos creyeron que no era necesario ser un potentado multimillonario para tener acceso a los grandes avances de la época. Además, la euforia del mercado de valores prometía enriquecimientos tan fáciles como el obtenido comprando unas acciones que, en pocos días, podían hasta duplicar su valor. La locura de la situación quedó plasmada en múltiples crónicas, entre ellas las memorias de Groucho Marx: “Podías cerrar los ojos, apoyar el dedo en cualquier punto del enorme tablero mural y la acción que acababas de comprar empezaba inmediatamente a subir”, recordaba el genial comediante, después de contar que había pedido prestados más de 250,000 dólares para jugar en la Bolsa y que los había perdido.