tan grandes que aplastaron al jefe. Asustada, fui en busca de todas
mis hermanas y de Yamila también, pero ella no quería venir
conmigo, tenía miedo de que el jefe la castigase, incluso habiendo
visto que un trozo enorme del techo la había aplastado. La
intentamos empujar, levantar, pero ella insistía en quedarse ahí. Y
nos fuimos sin ella.
Éramos solo cuatro hermanas. ¿Dónde estaba Zoraida? La
buscamos y encontramos en el suelo inconsciente. Ella también
había sido aplastada. Grité su nombre con todas mis fuerzas,
viendo su rostro borroso por culpa del polvo y de las lágrimas
acumuladas en mis ojos. Le supliqué “¡Por favor, abre los ojos!”. Sin
embargo, nunca volvería a hacerlo. Desde aquello somos solo
cuatro hermanas y no volvimos a saber nada de Yamila. Las
trabajadoras y trabajadores que sobrevivimos a aquello luchamos
para que nos pagasen algo por todo lo sufrido, que fue lo que varios
periodistas de la zona nos dijeron que teníamos que hacer. Pero no
recibimos nada, ni por Yamila, ni por mi pequeña hermana de once
años Zoraida, ni por la pierna que los escombros se quedaron de mi
compañera Romina. Nada. Y retrocedimos sobre nuestros pasos,
volviendo a la aldea donde nacimos y crecimos.
Hoy en día tengo dieciséis años, y s