RECUERDOS ENVENENADOS
El viento atizaba fuerte contra la ventana de mi habitación. Era
octubre; noche de Todos los Santos. No dejaba de pensar en lo
que pasaba a mi alrededor. ¿Qué había sido ese crujido?
Aquel día se respiraba un aire distinto. Las callejuelas estaban
vacías a esas altas horas de la madrugada, pero aun así se
oían voces por doquier.Las ramas de los árboles bailaban al
compás del viento mientras sus troncos, firmes y robustos,
procuraban no moverse. Sus sombras penetraban en mi casa
como si fuesen almas sin cuerpo que venían a buscarme.
El terror de ese 31 de octubre retumbaba en mi cabeza
mientras la soledad me abrazaba tan fuerte que no me dejaba
respirar. Y una vez más, el fatídico recuerdo me atormentaba
aquella noche.
Pude oír en mi ventana unos golpecitos que provenían de
fuera. Giré la cabeza, queriendo saber lo que lo había
ocasionado, pero a la vez, deseando que solo hubiese sido mi
imaginación.Y para mi alivio, no vi nada.
Una gota de sudor frío resbaló por mi mejilla y me provocó un
escalofrío. La temperatura había bajado, y un aire gélido
golpeó mi cara.