— Ya, pero si consigue vencer a Rodrigo a un duelo, no habrá fuerza humana ni divina
que venza su cabezonería e impida que cumpla la orden que el pistolero pueda darle. -
se temía Sancho.
— ¿Y qué le pedirá?
— ¿Qué va a ser? ¡Pues que volvamos a currar como esclavos de nuevo! ¡Que palo, yo
no quiero!
Cara a cara, con una postura firme sobre la abrasadora arena e iluminados por los
radiantes rayos de sol, Don Rodrigo y el Pistolero de la Blanca Luna estaban a punto de
enfrentarse a un duelo en las playas de Barcelona. Frente a decenas de teléfonos que
ahí estaban para grabar el momento, el Pistolero desenfundó su pistola de agua y mojó
con ella a Don Rodrigo antes de que pudiese reaccionar. Empapado, Don Rodrigo se
tiró al suelo, haciendo ver que agonizaba y victimizándose frente a cien ojos que les
observaban sin poder evitar reírse ante tal lamentable escenario.
— Vaya… Pues mala suerte amigo, nos vamos… -le dijo Sancho a Anthony.
Ayudando a Don Rodrigo a levantarse, ambos viajeros se vieron obligados a retornar a
su lugar de origen. Montados sobre su tractor y su cortacésped, Don Rodrigo y Sancho
Pablo abandonaron Barcelona y regresaron a la Mancha, para vivir lo que les quedaba
de vida de forma tranquila, rutinaria, limpiando pocilgas y quejándose diariamente del
que fuese su gobierno. Así termina la historia de los dos pistoleros andantes que
cautivaron a España, más o menos.
Rodrigo Díez
1º de bachillerato B