Se debió de hacer desagradables raspaduras en los talones pues a medida que era arrastrado dejaba dos estelas de sangre en el suelo. Un elfo que había dentro abrió la puerta, estaba con un cigarro encendido en la boca que brillaba sobre la oscuridad de la sala. Era una habitación cuadrada, de piedra, con dos tiras largas de tela a cada lado las cuales tenían el símbolo pintado. En el centro había una piedra cuadrada hundida en el suelo; no supe lo que era hasta que el elfo que fumaba accionó una palanca que se encontraba en la pared, justo al lado de otra. Se oyeron chasquidos metálicos muy seguidos, era el sonido de engranajes moviéndose dentro de las paredes y el suelo. La piedra cuadrada fue emergiendo del suelo, descubriendo que era una especie de pilar de cuyos laterales surgieron otros dos pilares; estos, más estrechos, estaban pegados al pilar principal. De golpe, se oyó el sonido del vapor escapándose por la válvula de algún pistón. Los pilares laterales empezaron a levantarse mientras la parte inferior del pilar grande soltaba hilos de vapor; ahora era una cruz.
El elfo golpeó en el vientre al vampiro para inutilizarlo. Lo desplazó hasta la cruz y allí lo ató gracias a unas correas metálicas que acababan de salir de los pilares. Los elfos intercambiaron miradas y asintieron firmes. El mismo elfo que accionó la primera palanca ahora accionó la segunda. Volvieron a sonar los engranajes y pistones, pero esta vez venían del techo. Una brecha recta y luminosa recorrió la bóveda del mismo, se estaba abriendo. A mí me aguantaron la cabeza para obligarme a mirar. En el momento no supe por qué lo hacían, pero despertó rabia en mí, me tocaban con sus guantes exageradamente pulcros. El vampiro empezó a jadear mientras su piel empezaba a destruirse y a humear. Para cuando la bóveda se acabó de abrir ya estaba gritando de dolor y su tez abriéndose y despedazándose poco a poco. Los pedazos flotaban como ceniza, se formaban sórdidas burbujas marrones que a los segundos estallaban. Se iba momificando con las quemaduras pausadamente, pero seguía vivo, sus alaridos lo decían todo. Sus ojos se secaron ya que sus párpados se habían contraído por las quemaduras. La piel de la cabeza, ahora calva del todo, se había quemado y desintegrado, ahora se podía ver el hueso.
Desataron el cadáver momificado y contraído por las quemaduras, se lo llevaron fuera de aquella habitación.-Ahora me toca a mí- pensé, hasta que apareció un oficial. Este iba de negro y en la mano aguantaba un papel tan blanco como su guante. Ordenó que me soltaran, a decir por la mirada que les echó a los soldados y como reaccionaron, liberándome de sus manos. El oficial me extendió la mano con aquel papel, era un sobre, con el símbolo alzakim para variar, y me dijo con un acento muy disimulado:
-Zweir Vorne, tengo un trato que te podría interesar...
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Arnau Alarcón
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