EL VIEJO CARNAVAL
Cuenta la leyenda que todo empezó un día de febrero, a media noche. Las calles de un pueblo portugués estaban vacías y oscuras; solo se podía oír el silbido del viento.
Las familias descansaban después de una jornada larga y agotadora de trabajo. En medio del silencio de la noche se empezó a oír una risa tierna de niño que resonaba por todo el poblado, una risa dulce y melodiosa. La gente se asomaba a las ventanas para ver quién producía ese sonido y podían ver a un hermoso niño de pelo castaño que corría por la calle dando brinquitos y bailando mientras meneaba unas campanilla. Al mismo tiempo gritaba “caramelos, caramelos”. Desde aquel primer encuentro, cada día, durante todo el mes de febrero de todos los años, ese mismo niño se paseaba por las calles de ese poblado. La gente que habitaba allí le dejaba caramelos en los porches de sus casas y él iba a recogerlos. Y si no dejabas caramelos, tu primogénito desaparecía, hasta que un día un anciano aseguró ver a ese niño esconderse en el viejo árbol que estaba en el punto más alto del pueblo. Ese árbol llevaba siglos allí y no tenían el valor de talarlo, pues daba miedo y casi lo veneraban.
El anciano juró y perjuró que lo que decía era real, que el árbol estaba vivo y que era un niño, pero nadie le creía. Claro está que, como es un anciano, ya a esa edad nadie le tomaba enserio y ya era considerado un loco.
El anciano quiso demostrar que realmente ese árbol tenía a una personita dentro. Se quedó admirando al enorme árbol esperando a que el niño saliera de entre la corteza. El niño, asustado por ver a un hombre que lo miraba, solo asomó la cabeza entre las ramas del árbol; el anciano, asombrado al poder ver de cerca a ese niño, le preguntó:
-Chiquito, ¿y tus padres?- el niño, sin responder a sus preguntas, saltó del árbol con gran agilidad y se paró delante del anciano, lo miró de arriba abajo y ladeó la cabeza. El anciano sonreía, pero dejó de hacerlo cuando vio la sonrisa macabra del niño, los dientes en forma de aguja y trozos de carne cruda entre estos.
- ¿Y mis caramelos?- su voz era profunda, no era dulce como la de los niños, sino más bien ronca y desagradable. El anciano, armado de valor, preguntó:
-¿Quién eres realmente?- El niño sin apartar la mirada del anciano respondió:
- Soy Vaal el dios de la carne y de la muerte, y si realmente deseas proteger a los niños de tu pueblo y del mundo, tendrás que hacerme honor cada año cuando este árbol este seco y sin hojas.
-¿Por qué lo de los caramelos?- Vaal, molesto por la curiosidad del anciano, gruñó y se volvió a subir al árbol con una agilidad inhumana.
-Porque atraen a las almas más blancas y puras que son los niños, y es la carne más deliciosa que hay. La de niños.
El anciano asustado obedeció, y así fue como surgió el carnaval.
Sara Quintal
4º