Skapa't | Page 4

Noche, sangre

y pólvora

Capítulo III

El oficial tenía los ojos dirigidos hacia mí, pero no me miraba, estaba inmerso en lo que estaba pensando en ese momento. Su mirada perdida me incomodaba cada vez más cada segundo que pasaba. Rose estaba en segundo plano, sin quitarle el ojo de encima al elfo, nerviosa, preocupada, atenta. Algo no iba bien. El elfo apartó los ojos, volvió al mundo, miró a los soldados que habían entrado con él, de una manera un tanto burlona, como si todo eso se tratase de alguna broma. Los soldados no sonrieron, pero se les adivinaba una pequeña tensión en la comisura de los labios.

-Dir vu sahreil-dijo el alzakim, cuyas palabras fueron como el fuego en una mecha para los soldados, los cuales, dos de los cuatro que eran, me cogieron de los hombros y me levantaron de la silla.-Croveie.-Rose se petrificó, parecía no creer nada de lo que estaba ocurriendo. Los otros dos soldados la agarraron de los brazos para inmovilizarla; ella decía cosas en ese idioma al oficial, estaba frustrada y llena de ira, se le notaba en el tono elevado de su voz y en las desafinaciones de esta. Se agitaba inútilmente para librarse de los soldados y el oficial la observaba con una mirada cruel. Toda la escena empezó a moverse hasta acabar a mis espaldas, detrás de la puerta de madera que se cerraba. El sonido de la voz de Rose se debilitó una vez que se cerró la puerta de golpe, todavía se la oía gritar. Se oyó un golpe seco y su voz desapareció, no me hizo falta ni pensar qué le habían hecho. Intenté liberarme, pero recordé la presencia de los dos individuos que me superaban en altura y me sujetaban con fuerza. No logré ni que se sacudieran, además de aquellas incómodas esposas que me limitaban las manos. Entonces, uno de los soldados se puso delante de mí, le miré a la cara, estaba oscurecida, como su alma, como el alma de ese oficial, como el alma del otro soldado que seguía firme agarrándome el brazo derecho, como el alma de todos los soldados de esta oscura nación, obedientes a sus oscurecidos dioses al alistarse en el oscurecido ejército. El soldado cerró su puño y con su otra mano me aguantó el hombro. El puño se iba y volvía a mi estómago, y el dolor se hacía presente con cada retorno del puñetazo. Mi cuerpo se curvaba con cada impacto; el dolor me obligaba. Mis ojos se cerraron con fuerza, estaba inclinado hacia adelante, y en unos segundos noté un fuerte impacto en la sien. Lo que me golpeó parecía ser metálico, era el mango de la pistola reglamentaria. Lo último que recuerdo es abrir los ojos y ese objeto yendo hacia mí de nuevo.