«¿Podía ser verdad lo que había visto?»
Ese día se prometió así mismo que esperaría a esa mujer.
Llegó la noche y se hizo el dormido. Escuchó algo. Se asustó, pero al final el
querer saber quién se escondía en aquella habitación pesó más que quedarse allí
paralizado por el miedo, sin hacer nada.
- ¿Quién sois? ¿Qué hacéis en mi habitación?-dijo sin mover ni un músculo.
- No soy nadie- contestó, con una voz triste.
- Alguien seréis... De momento únicamente sé que sois una mujer. Si no es mucha
molestia preguntar, me gustaría saber vuestro nombre...
- Estrella, me llamo Estrella.
-Es un nombre bonito - dijo ya incorporándose, y con la voz claramente más tranquila.
José buscó entre la oscuridad, pero no consiguió ver nada. Así que se quedó mirando la
puerta del dormitorio situada delante de él porque esa era la única manera de que
estuviese quieto, aunque sus ojos no acertaban a ver si verdaderamente estaba allí.
Cuando José por fin se había decidido hablar, vio cómo la silueta de Estrella escapaba
por la ventana. José, precipitadamente, se levantó, y
se asomó por la ventana, pero no consiguió divisar
nada. El siguiente día se lo pasó pensando en lo que
había sucedido e intentando imaginar cómo sería
aquella mujer: piel pálida como la luz de la luna, pelo
negro como la noche, ojos azules como el mar, labios
rojos como fresas, mujer esbelta, vestida con un
precioso y largo vestido blanco, resaltando su figura y
su belleza.
Para suerte de José, que se había pasado todo el día
esperándola, llegó la noche y con ella Estrella. Él, presentándose valiente como nunca,
empezó a hablar de diferentes temas, sacando temas de conversación para conseguir
que la dulce voz de Estrella llegara a sus pobres oídos. Pasaron los segundos, los
minutos, las horas... y ellos no se cansaban de hablar. Pero como todo, las cosas se
acaban, y al llegar el alba, Estrella se tuvo que marchar.
- Volverás mañana, ¿verdad? - preguntó José.