Skapa't Juny | Page 34

dos días, me falló. Tuve que subir las escaleras, cansado, después de un día muy duro de trabajo. Quedaban cuatro escalones cuando Toby empezó a ladrar, como hace de costumbre al oír mis pasos. Entré mientras él movía la cola y me lamía las manos. Después de dejarlo todo sobre la mesa de la entrada, me senté y, al fin, descansé. Vi que, con todo, también había dejado las cartas de las que Isabel me había hablado. Otra vez en el sofá, y ya con las cartas en las manos, empecé a leer. La primera era la factura de luz, la segunda, la de la agencia de viajes. Al abrirla, vi que no tenía nada que ver con una agencia. La leí una y otra vez sin creer lo que leía, pensando que todo era un sueño o que el cansancio me estaba afectando. No era creíble; una chica secuestrada me escribía pidiéndome ayuda. En realidad, se la pedía al receptor de la carta, es decir, la enviaba sin saber a quién. Decía que era una dirección que parecía recordar de Zaragoza y la enviaba para pedir ayuda. Por un momento pensé en colocarla en el buzón de cualquier vecino o vecina pero no me atreví, era algo muy fuerte. Pedía que fuera a buscarla, que estaba secuestrada en un piso de Bruselas sin saber ni por quién ni por qué, pero que seguro que su familia y sus dos hijos estarían buscándola desesperadamente. Indicaba que no dijera nada a la policía porque los secuestradores la habían amenazado fuertemente si ésta intervenía. Al final de todo, indicó su ubicación exacta. Sabía que por mucho que lo intentara y por muy cansado que estuviera, no dormiría, así que me puse manos a la obra. Busqué la localización por Internet para comprobar que no era una broma pesada y, efectivamente, la descripción del piso coincidía con la que ella me había hecho a través de la carta, calle Rue Sainte-Cathérine, número 17. Después de pensármelo muy bien, continué con el caso. No podía fallar a una mujer secuestrada, eso pesaría en mi consciencia. Lo primero que hice fue llamar a la jefa de mi empresa para pedirle unos días de vacaciones. Esta me los concedió; tenía cinco días que cambiarían el resto de mi vida. Compré los billetes y en unas horas me planté en Bruselas. Llegué hasta la casa en taxi. Muy nervioso, y sin saber lo que hacía, toqué el timbre. Lo hice sonar una y otra vez hasta que una señora de aproximadamente ochenta años abrió la puerta quejándose por mi impaciencia, supongo que en francés. Me sorprendió cómo me miraba, pero no me preocupó, tenía que entrar en la habitación del fondo a la derecha fuera como fuera. Milagrosamente, la mujer me invitó y entré. De golpe, dos hombres me taparon la cara y me golpearon repetidamente. No recuerdo nada más, solo que desperté en esta habitación vacía. Espero que me vengas a ayudar. Júlia Sanabria segon De batxillerat Narrativa en català (primer premi)