intenté acercarme, cuando de repente me dio un calambre en la pierna y empecé a
ahogarme. Sentía que no iba a salir de esa y Martín se lanzó a por mí. Yo cada vez
estaba menos consciente, pero sentía sus manos y sus brazadas intentando sacarme del
agua. Lo siguiente que recordé fue estar en la orilla del lago, muerta de frío y el sonido
de una ambulancia. Eric también estaba ahí, llorando. Aquella ambulancia se llevó gran
parte de mí: Martín se había ahogado, salvándome la vida. Ese acto no me lo llegué a
perdonar jamás. Debido a ese suceso, mis padres adelantaron la partida y volvimos a
Badalona. Estuve meses sin ser la misma, todo cambió. Hace poco decidí que quería ser
escritora y una tarde de julio, me senté y cogí la pluma y estuve un minuto pensando.
Recordando. Recordando a un chaval guapo, moreno, de sonrisa inquieta y
temperamento caliente. A un chico rudo y cabezota, con un cigarro en la boca y una
sonrisa amarga en su cara endurecida.
Ana Luengo
tercER D’ESo
Narrativa en castellà (segon premi)
La caja de música
“Yo no sé si esto es una historia que parece cuento o un cuento que parece historia; lo que
puedo decir es que en su fondo hay una verdad, una verdad muy triste, de que acaso yo seré uno
de los últimos en aprovecharme, dadas mis condiciones de imaginación.”
El rayo de luna de Gustavo Adolfo Bécquer
La triste sinfonía de la caja de música destacaba entre el estruendo de la triste tormenta
en aquel tétrico bosque. Mientras las lágrimas caían del lúgubre cielo y chocaban con
los muertos y retorcidos brazos de los árboles que hacían poco tiempo en el frío
invierno, y las serpientes de luz recorrían los cielos negros, la caja de música cantaba
una nostálgica melodía que hacía juego con la partitura de la tormenta. El aparato era
dorado y circular, con un ángel grabado en la tapa abierta y manchada de sangre. El
cuerpo de la niña se encontraba tendido en el suelo con una alfombra de las hojas
húmedas y muertas del recién pasado otoño.
De pronto, los rayos iluminaron una figura tan alta como los árboles, encorvada y con la
mirada fija en el cuerpo inconsciente. Aquella misteriosa criatura tenía forma de
hombre, pero bien se podía confundir con un árbol, por aquellos tentáculos que le
brotaban de la espalda; se encontraban retorcidos y eran numerosos, por lo que se
podían confundir con las ramas muertas de los gigantes de madera que rodeaban la
escena. Lo que hace que sea delatado de su escalofriante apariencia con un árbol, era su