Relatos al estilo del Romanticismo
lugareños atribuía a orígenes fantasiosos y sombras se deslizaban por la oscuridad, entre
los árboles, acercándose a los hogares.
Teresa se sintió en una silla de madera, en la sala principal del hogar, y sintió una
serenidad poco normal, como si después del asesinato todo tuviera un sentido. Se sintió
completamente feliz. Delante de ella había un espejo, donde vio algo que la llenó de
pánico: al lado de su rostro de mujer gris y cansada, había el reflejo de su marido.
Aunque no era posible, ahí estaba el rostro de su difunto marido, mirándola con odio e
ira. Al cabo y al fin, ella era su asesina. La mujer se quedó mirando hipnotizada por el
espejo durante horas, sin importarle el tiempo, y el reflejo siempre estaba ahí
mirándola. Esas horas fueron una tortura que no tenía nombre: los remordimientos de
consciencia, las alucinaciones, la culpabilidad, el reflejo en sí, eran como un veneno que
la iba matando lentamente, sin misericordia de ningún tipo.
Rompió el espejo en mil pedazos y se dio cuenta de que era el espíritu de su marido
vagando por la tierra y que no descansaría hasta que se viera vengado. No era justo,
pero ella no podía hacer nada para evitarlo. Perdida ya su cordura, salió afuera, en medio
de la tempestad, con una mirada de locura y terror puro en sus ojos, y corrió sin
descanso, imaginando que hordas de monstruos liderados por su marido la perseguían
para llevarla al infierno.
A la mañana siguiente encontraron su cadáver pálido y rígido flotando en las aguas de
un estanque del bosque, con los cabellos y la ropa formando una aureola oscura y sus
ojos siempre abiertos en una expresión de miedo. La asesina había conseguido su
venganza, pero a un precio muy alto.
Joan Grau Verdú
4º D
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