Relatos al estilo del Romanticismo
El altar de Amatista
Cuando era pequeño me solía preguntar qué era lo que pasaba cuando una persona
decidía dejar de vivir, es decir, ¿se considera el hecho de querer morir un pensamiento
impuro? En ese caso, el Creador no podría enviar al suicida ni al cielo ni al infierno,
porque esa vida ya no se encontraría en sus manos. Siempre me hacía las mismas
cuestiones sin llegar a obtener ninguna respuesta que me acabara de convencer, hasta
que llegó el día en que decidí compartir mi principal curiosidad con la persona más sabia
que jamás he conocido, mi abuela Lena. Recuerdo perfectamente su reacción al
escuchar mi peculiar intervención, pues acto seguido soltó una de sus tiernas carcajadas
y accedió a contarme una historia que prometió no haber revelado a nadie antes, la cual
cambió mi vida por completo, y no dudo que cambiaría la de cualquiera.
Cuando era joven, Lena tuvo que empezar a ayudar a su hermano menor en su trabajo
como pastor, puesto que él era un chico bastante débil y menudo, y el hecho de tener
que cuidar él solo de un rebaño de semejantes proporciones como era el suyo se le hacía
una labor lacerante y agotadora. Lena, en cambio, se lo tomaba como una vía de escape
para observar y admirar la inmensurable belleza de los campos, los bosques y las sierras
que asomaban sus cimas por encima de las nubes. Siempre pensaba en llegar a lo más
alto más alto de la montaña que rodeaba el lago donde solía parar para que el rebaño
bebiera de sus aguas cristalinas. Uno de esos días, avistó un desaliñado muchacho que
aparentaba poco más que su misma edad, el cual llevaba un pañuelo que cubría su cara,