Relatos al estilo del Romanticismo
A pesar de sus incesables intentos de conquistarla, solo obtenía rechazos continuos.
María no entendía por qué razón no le atraía el príncipe, era un hombre con un corazón
que no le cabía en el pecho, era bondadoso y honrado, no tenía nada que ver con los
demás príncipes. Ese hombre tenía todo lo que ella había deseado en un hombre, pero
su corazón pertenecía a un astuto ladrón llamado Mateo. El joven tenía una constitución
física muy parecida a la del príncipe, pero eran como el sol y la luna. El ladrón tenía el
pelo castaño y los ojos de un azul tan vivo como el mar. Así se sentía María, como el
mar, se sentía como una ola que viene y va, chocando contra las rocas, sin un rumbo fijo
que seguir. La bella mujer se sentía como una ola porque no se decidía, su corazón
pertenecía a Mateo, pero bien sabía que todas las mujeres con las que había estado
habían acabado con el corazón partido, era un huracán que arrasaba con todo lo que se
le ponía por delante. Él siempre había ido de mujer en mujer como una abeja de flor en
flor, extrayendo el néctar de cada una y cuando ya no quedaba se iba en busca de otra,
pero María era distinta, se había enamorado de ella de tal manera que ni siquiera era
capaz de mirar a otras mujeres, solo al amor de su vida. Él le había prometido que a
pesar de ser un ladrón y de no tener muchos bienes, la haría feliz por el resto de sus
días. Aún y así ella seguía insegura, pero advirtió el cambio que Mateo había hecho
desde que la conocía y le dijo que se casaría con él si prometía dejar de hurtar a los
comerciantes y a los nobles y empezar a trabajar con ella en la panadería. Él aceptó sin
pensárselo dos veces.
Al mes siguiente estaban casados, trabajaban juntos en la panadería y María estaba
embarazada de su primer hijo, la dicha y la felicidad inundaban la vida de los dos
enamorados como un aguacero lo inunda todo a su paso.
El príncipe se había convertido en el mejor amigo de María, aunque eso no era
suficiente, él deseaba y anhelaba el amor de esa mujer más que todo el oro del mundo.
Pero tenía que conformarse con lo que ella podía darle, una amistad sincera y verdadera.
El corazón de Ángel se fue tornando de hielo a cada día que pasaba sin que María lo
amase como amaba a Mateo, su corazón era acechado por una tormenta cada momento
que pasaba sin ella, una tormenta que emitía unos rayos y una lluvia que iban
destrozándolo poco a poco.