c rar su segundo viaje, le dio
uando terminó de rememo-
otras cien monedas de oro,
invitándole a regresar al día
siguiente. Al joven le encanta-
ban las aventuras del viejo Simbad
el marino y fue puntual a su cita.
Una vez más, el hombre se sumió
en sus apasionantes recuerdos.
– Te parecerá raro, pero a pesar de
que ya vivía cómodamente no me
conformé y quise volver al mar una
tercera vez.
De nuevo, corrí aventuras muy
emocionantes. Llegamos a una
isla donde habitaban cientos de
pigmeos salvajes que destroza-
ron nuestro barco. Nos apresa-
ron y nos llevaron ante su jefe,
que era un gran gigante de un
solo ojo y mirada espantosa.