Simbad el marino simbad | Page 9

c rar su segundo viaje, le dio uando terminó de rememo- otras cien monedas de oro, invitándole a regresar al día siguiente. Al joven le encanta- ban las aventuras del viejo Simbad el marino y fue puntual a su cita. Una vez más, el hombre se sumió en sus apasionantes recuerdos. – Te parecerá raro, pero a pesar de que ya vivía cómodamente no me conformé y quise volver al mar una tercera vez. De nuevo, corrí aventuras muy emocionantes. Llegamos a una isla donde habitaban cientos de pigmeos salvajes que destroza- ron nuestro barco. Nos apresa- ron y nos llevaron ante su jefe, que era un gran gigante de un solo ojo y mirada espantosa.