Simbad el marino simbad | Page 10

– ¿Un gigante? ¡Qué miedo! -¡Sí, era terrorífico! Se comió a to- dos los marineros, pero como yo era muy flaco, me dejó a un lado. Cuando terminó de devorarlos se quedó dormido y yo aproveché para coger el atizador de las bra- sas, que estaba al rojo vivo, y se lo clavé en su único ojo ¡El alarido fue aterrador! Giró con rabia sobre sí mismo pero ya no podía verme y aproveché para huir. Llegué has- ta la playa y un comerciante que tenía una barquita me recogió y me regaló unas telas para vender cuando llegásemos a buen puer- to. Gracias a su generosidad, hice una gran fortuna y regresé a casa. E escuchando los relatos del in- l joven estaba entusiasmado trépido marino ¡Cuántas aven- turas había vivido ese hombre!… Durante siete noches, Simbad contó una nueva historia, un nue- vo viaje, cada uno más aluci- nante que el anterior. Y como siempre, antes de despedir- se, le regalaba cien monedas. Cuando finalizó su último encuen- tro, se despidieron con afecto. El comerciante no quiso que se fuera sin antes decirle algo importante: