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¿Un
gigante?
¡Qué
miedo!
-¡Sí, era terrorífico! Se comió a to-
dos los marineros, pero como yo
era muy flaco, me dejó a un lado.
Cuando terminó de devorarlos se
quedó dormido y yo aproveché
para coger el atizador de las bra-
sas, que estaba al rojo vivo, y se lo
clavé en su único ojo ¡El alarido fue
aterrador! Giró con rabia sobre sí
mismo pero ya no podía verme y
aproveché para huir. Llegué has-
ta la playa y un comerciante que
tenía una barquita me recogió y
me regaló unas telas para vender
cuando llegásemos a buen puer-
to. Gracias a su generosidad, hice
una gran fortuna y regresé a casa.
E escuchando los relatos del in-
l joven estaba entusiasmado
trépido marino ¡Cuántas aven-
turas había vivido ese hombre!…
Durante siete noches, Simbad
contó una nueva historia, un nue-
vo viaje, cada uno más aluci-
nante que el anterior. Y como
siempre, antes de despedir-
se, le regalaba cien monedas.
Cuando finalizó su último encuen-
tro, se despidieron con afecto. El
comerciante no quiso que se fuera
sin antes decirle algo importante: