-Anastasio! Anastasio! Mirá lo que te traje me dijo, y me arrojó algo que abarajé en el aire, lo mordí con ganas, debía sentir un crujido.
Pero no. La cosa en mi boca se hundió, cedió a mis dientes, lo escupí y lo miré extrañado puesto que tenía la forma de siempre pero su color amarillento lo hacía artificial.
Lo olí, no sentí nada, volvía a morderlo, volvió a hundirse, saltó de mi boca, se me escapó y fue a parar debajo de una maceta.
Intenté entonces rescatarlo, el hocico no entraba, intenté con las patas, me estiré un poco más, un manotón y listo, ya sería nuevamente mío.
Mientras manipulaba mi cuerpo, no tan pequeño para obtener esa cosa que no sabía a ciencia cierta qué era, Tobías decía a su padre: Sí! Le gusta, mirá como juega.
Si supiera, pensé yo.
Listó, salió; lo miro de costado, luego del otro, le doy un mordiscón y nuevamente se escabulle en mis dientes. Me desplomé cansado en el suelo y con mirada, aparentando indiferencia, deje la cosa a un costado y me dije: - Bah! A otro perro con ese hueso…
"En tierra ya no hay espacio" - El gato volador