La sentencia condenatoria fue reflejada en la prensa internacional, para júbilo de las familias de las víctimas. Y poco después, tal sentencia era ratificada nuevamente: "FALLAMOS: que debemos cumplir y enmendar la Real Sentencia de vista de nueve de noviembre último y confirmar como confirmamos la pronunciada en seis de abril anterior por el Juez de primera instancia de Allariz en cuanto por ella condeno al repetido Manuel Blanco Romasanta a. Tendero, por los nueve homicidios expresados, a la pena de muerte en Garrote, con imposición de costas y gastos del juicio, y manda entregar a los herederos de las víctimas las ropas depositadas en la (ininteligible) y dar sepultura eclesiástica a los restos humanos recogidos, absolviéndole de la instancia respecto a los demás cargos que se le hicieron, cuya pena se ejecutará con arreglo a los dispuesto en el artículos ochenta y nueve y noventa de dicho código. Le condenamos además al pago de mil reales por cada una de las expresadas víctimas a sus herederos, por vía de indemnización de perjuicios en cuanto alcancen sus vienes, y a que indemnice a los compradores de los efectos recogidos al precio que dieron por ellos con los gastos del juicio y costas al Tribunal...".
Y cuando la terrible historia del hombre-lobo de Allariz parecía haber llegado a su fin, la fortuna da un cambio de sentido radical a la trama.
Hasta Africa había llegado la noticia del caso, y a punto de ejecutarse la sentencia contra Manuel Blanco, llega una carta fechada el 3 de julio de 1853 desde Argel, dirigida a la mismísima Reina Isabel II a través del Sr. Ministro del Estado. Dicha carta, firmada por un enigmático Mr. Philips, ruega la detención de la ejecución: "La libertad que me tomo en este momento de dirigirme a Vuestra Excelencia tiene por objeto detener, si es tiempo, la mano de la justicia española, pronta a caer sobre un desgraciado..." Así comienza la misteriosa carta que cambia el rumbo de esta historia.
El tal Mr. Philips, que se definía como profesor de "electrobiología" (sin duda se refería al magnetismo animal de Mesmer, precusor de la actual hipnosis), afirmaba que veía en Manuel Blanco "...a un desgraciado acometido por una especie de monomanía conocida de los médicos antiguos bajo el nombre de licantropía".
Mr. Philips afirmaba que cualquier ser humano podía ser víctima de esa enfermedad, y aseguraba haberlo demostrado repetidas veces, habiendo provocado en personas de demostrada seriedad, trances en los que se creían lobos y otros animales, perdiendo en esos momentos el individuo la conciencia de sus actos, y moviéndose bajo el instinto de la identidad animal que le hubiese impuesto Mr. Philips. La carta en cuestión venía firmada por una decena de testigos que aseguraban haber presenciado las sesiones hipnóticas de Mr. Philips, así como varios artículos de la prensa argelina que recogían varios experimentos realizados por el hipnólogo.
El enigmático "electro-biólogo" francés se ofrecía a viajar a Madrid, costeándose el viaje para demostrar a Su Excelencia sus argumentos e intentar salvar la vida del licántropo.
Y lo cierto es que la sorprendente carta surtió efecto, y los argumentos del hipnólogo fueron escuchados y atendidos por la mismísima Isabel II.
Así, el 13 de mayo de 1854 se revoca la primera sentencia con una real orden que condena la hombre-lobo a una pena de cadena perpetua: “Fallamos que revocando como revocamos la sentencia de seis de abril último, consultada por el juez de primera instancia de Allariz, debemos condenar y condenamos a Manuel Blanco Romasanta (a) tendero, a la pena de cadena perpetua...”.