Con las primeras lluvias de octubre, las carreteras rusas, no pavimentadas, se convirtieron en barrizales impracticables. En noviembre, las temperaturas alcanzaron los 32 grados bajo cero, reduciendo el material bélico a chatarra congelada y matando miles de soldados. A principios de diciembre, el avance sobre Moscú quedó definitivamente paralizado. Una vez más, la estepa rusa y el «general Invierno» parecían haber derrotado al temerario occidental que osaba aventurarse por sus inmensidades; lo mismo le había ocurrido, más de cien años antes, a Napoleón Bonaparte. Sin embargo, pese a las múltiples penalidades y a la imposibilidad de cavar trincheras en el suelo congelado, las tropas alemanas resistieron los contraataques rusos y mantuvieron sus posiciones.
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