SBS 2018 Subsidio Semana Buen Samaritano 2018 | Page 9
motivadas por la fe sino por la solidaridad humana, nos permite brindar una ayuda
que solos no podríamos realizar. Reconocer que, en el inmenso mundo de la
pobreza, nuestra intervención es también limitada, débil e insuficiente, nos lleva a
tender la mano a los demás, de modo que la colaboración mutua pueda lograr su
objetivo con más eficacia. Nos mueve la fe y el imperativo de la caridad, aunque
sabemos reconocer otras formas de ayuda y de solidaridad que, en parte, se fijan
los mismos objetivos; pero no descuidemos lo que nos es propio, a saber, llevar a
todos hacia Dios y hacia la santidad. Una respuesta adecuada y plenamente
evangélica que podemos dar es el diálogo entre las diversas experiencias y la
humildad en el prestar nuestra colaboración sin ningún tipo de protagonismo.
En relación con los pobres, no se trata de jugar a ver quién tiene el primado en el
intervenir, sino que con humildad podamos reconocer que el Espíritu suscita gestos
que son un signo de la respuesta y de la cercanía de Dios. Cuando encontramos el
modo de acercarnos a los pobres, sabemos que el primado le corresponde a él,
que ha abierto nuestros ojos y nuestro corazón a la conversión. Lo que necesitan
los pobres no es protagonismo, sino ese amor que sabe ocultarse y olvidar el bien
realizado. Los verdaderos protagonistas son el Señor y los pobres. Quien se pone
al servicio es instrumento en las manos de Dios para que se reconozca su
presencia y su salvación. Lo recuerda san Pablo escribiendo a los cristianos de
Corinto, que competían ente ellos por los carismas, en busca de los más prestigio-
sos: «El ojo no puede decir a la mano: “No te necesito”; y la cabeza no puede decir
a los pies: “No os necesito”» (1 Co 12,21). El Apóstol hace una consideración
importante al observar que los miembros que parecen más débiles son los más
necesarios (cf. v. 22); y que «los que nos parecen más despreciables los rodeamos
de mayor respeto; y los menos decorosos los tratamos con más decoro; mientras
que los más decorosos no lo necesitan» (vv. 23-24). Pablo, al mismo tiempo que
ofrece una enseñanza fundamental sobre los carismas, también educa a la
comunidad a tener una actitud evangélica con respecto a los miembros más
débiles y necesitados. Los discípulos de Cristo, lejos de albergar sentimientos de
desprecio o de pietismo hacia ellos, están más bien llamados a honrarlos, a darles
precedencia, convencidos de que son una presencia real de Jesús entre nosotros.
«Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños,
conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40).
8. Aquí se comprende la gran distancia que hay entre nuestro modo de vivir y el del
mundo, el cual elogia, sigue e imita a quienes tienen poder y riqueza, mientras
margina a los pobres, considerándolos un desecho y una vergüenza. Las palabras
del Apóstol son una invitación a darle plenitud evangélica a la solidaridad con los
miembros más débiles y menos capaces del cuerpo de Cristo: «Y si un miembro
sufre, todos sufren con él; si un miembro es honrado, todos se alegran con él»
(1 Co 12,26). Siguiendo esta misma línea, así nos exhorta en la Carta a los
Romanos: «Alegraos con los que están alegres; llorad con los que lloran. Tened la
misma consideración y trato unos con otros, sin pretensiones de grandeza, sino
poniéndoos al nivel de la gente humilde» (12,15-16). Esta es la vocación del
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