SBS 2018 Subsidio Semana Buen Samaritano 2018 | Page 25

Cuando el papa Francisco habla de cambiar los estilos de vida, los modelos de- producción y consumo, las estructuras de poder, nos está invitando a pensar la vida social no de manera abstracta, sino como el fruto de nuestra acción u omisión en las formas de relacionarnos con los demás, con Dios y con la obra creada, de la que formamos parte. Cuando revisamos las páginas de la Biblia, nos damos cuenta que la acción de cuidar se relaciona , ante todo, con la solicitud que se pone en la realización de un trabajo o de una misión. La Biblia admira y recomienda esta presencia inteligente y activa del ser humano en todos sus quehaceres; comenzando por los más humildes, en el marco de la casa, por ejemplo, en Prov. 31,10-31 se alaban los cuidados de la mujer en sus tareas domésticas, también se reconoce el ser cuida- doso en los oficios realizados y se le asocia a la diligencia al realizar realizar las tareas Eclo 38,24-34 o de las responsabilidades públicas (cfr. Eclo 50,1-4) El ser cuidadoso se opone a la pereza y la negligencia, que nos llevan a dejar de lado las virtudes de la responsabilidad y la diligencia, si pensamos en nuestra condición relacional o social antes descrita nos resultan particularmente iluminado- ras las palabras del papa Francisco: “Si nos acercamos a la naturaleza y al ambiente sin esta apertura al estupor y a la maravilla, si ya no hablamos el lenguaje de la fraternidad y de la be¬lleza en nuestra relación con el mundo, nuestras actitudes serán las del dominador, del consumi¬dor o del mero explotador de recursos, incapaz de poner un límite a sus intereses inmediatos. En cambio, si nos sentimos íntimamente unidos a todo lo que existe, la sobriedad y el cuidado brotarán de modo espontáneo” (LS 11). También conviene que pensemos no solo el modo de relacionarnos con toda la obra creada, sino la forma en que hoy seguimos con nuestra capacidad limitada para cuidar de los otros seres humanos. Resuenan aquí, las palabras del maestro de la ley que le pregunta a Jesús: “y entonces, ¿quién es mi prójimo?” (Lc 10, 29). Aunque tenemos claro por el tiempo que llevamos de ser parte de la vida de la Iglesia y de servir en uno u otro ministerio que el mandato de Cristo implica amar a Dios y al prójimo, hoy por hoy nos sucede los mismo que el maestro de la ley, nos resulta difícil saber ¿Quién es nuestro prójimo? Y al no saberlo pues se va imposibilitando nuestra vivencia del mandato del amor. “Amarse los unos a los otros” es todo un desafío pues ni siquiera nos sentimos vinculados con las demás personas, y menos capaces de vivir en la responsabilidad de cuidarnos unos a otros. En cierto modo sigue vigente la respuesta de Caín “soy yo acaso el guardián de mi hermano” (Genesis 4,9); pues nos resulta complejo considerar al otro como parte de nuestra vida y por eso buscamos las maneras de suprimirlos de nuestra existencia. 25