El hombre se rascó la cabeza y asintió.
-Te creo, Felipe. Tu carta es muy convincente. Voy a investigar
a esos dos chicos y, cuando tenga pruebas suficientes, será a ellos
a quienes expulse de la escuela.
Mis padres y yo salimos de la oficina.
-Estoy muy orgullosa -me dijo mamá -. Observé algo que nunca
había visto en ti, Felipe: Una combinación de humildad y decisión.
No trataste de imponer tus ideas con arrogancia, pero tampoco
suplicaste ni pediste misericordia. Siempre te mostraste dócil y, a la
vez, seguro de ti mismo. Eso se llama equilibrio. Te felicito. Estoy
impresionada.
-Gracias, mamá –contesté -. últimamente he aprendido muchas
cosas.
Llegamos a la puerta del colegio.
-Antes de que regreses a tu salón de clases -dijo papá -,
tenemos que darte una noticia... -se puso en cuclillas frente a mí -.
Los médicos hicieron más de cien pruebas con diferentes personas
y buscaron en un banco de datos que existe en América y...
-¿Qué crees? -lo interrumpió mamá emocionada.
-¿Encontraron al donador de médula ósea?
-Sí...
-¿De veras? -di un brinco de alegría -. ¿Y cuándo llega? ¿En
qué país vive? ¿Tendremos que ir por él?
-Bueno. Hubo algunas confusiones en los primeros exámenes
que se hicieron. Arrojaron resultados contradictorios. Tuvieron que
repetirse y recibimos una gran sorpresa...
-No lo vas a creer -comentó mi madre sonriente.
Una mezcla de alegría y miedo me paralizó.
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