elefante, pero no halló ninguno. Varios días después,
desfalleciendo de hambre, regresó a la aldea. Todos lo rodearon
para escuchar su informe. Él sólo tenía que decir “Logré lo que me
pidieron”, sin embargo, dijo la verdad: “Lo siento, no pude encontrar
a ningún elefante.” Entonces, para su sorpresa, lo levantaron en
hombros y le aplaudieron. “Eres una persona de gran valor” -le
dijeron -, “no hay ningún elefante cerca porque ahuyentamos a
todos; pudiste mentirnos, pero la prueba para demostrar tu valor era
decir la verdad.” Piensa en esa historia, Felipe. La fortaleza real de
alguien, se mide por su capacidad para resistir a la tentación de
mentir, aunque “la verdad” lo avergüence o no le convenga.
-Yo... yo... –titubeé -. Soy un aventurero.... Por eso estaba en
ese sótano...
-¿En serio?
Apreté los dientes, abochornado.
-Tienes razón... Estoy mintiendo... Perdóname...
Sentí un nudo en la garganta y, después de unos minutos,
comencé a platicarle todo. Le hablé de mi familia, de Lobelo, del
trampolín, de la fiesta y de mis alucinaciones cada vez que miraba
sangre.
Ella me contestó con ternura:
-Tienes un don muy extraño. Puedes ver la esencia de las
personas en la sangre, pero los demás podemos verla en los ojos;
son como las ventanas del alma. Supe que mentías porque te miré
a los ojos. También sé que eres un niño muy noble porque lo veo
en tu mirada.
Sentí una especie de cariño espontáneo hacia esa hermosa
joven. La miré de frente y le seguí el juego.
-¿Qué más ves en mis ojos?
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