9.
Un campeón nunca dice mentiras
Al fin hallé la escalera de metal. Estaba áspera y floja. Puse un
pie sobre ella con el temor de que se viniera abajo. Rechinó. Otro
murciélago pasó rozándome. Estuve a punto de perder el equilibrio.
Movido por el deseo de escapar, comencé a subir.
Llegué al techo y golpeé.
-¡Lo lograste! -me dijo la voz desde afuera -, ahora empuja y yo
jalo. Hace años que nadie abre esta tapa. Está pesada.
Hice un gran esfuerzo. Al fin, la escotilla se abrió y salí a gatas.
Mi salvadora me tendió la mano. Era una mujer alta y delgada.
-Hace frío -me dijo -.Vamos a las oficinas. Están calientes y
alfombradas.
-Gracias -respondí caminando a su lado.
-¿Quieres que llamemos por teléfono a tus papás para que
vengan por ti? Tal vez estén buscándote.
-Sí –contesté -. Por favor.
Sacó una pequeña llavecita de su bolsa y abrió la chapa.
Encendió la luz. Entramos a la oficina del director.
Marqué el teléfono de mi casa. Sonó por varios minutos. Nadie
contestó.
-Seguramente mis padres se quedaron a pasar la noche en el
hospital –supuse -, y Carmela tiene el sueño muy pesado. Mejor me
voy yo solo a casa.
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