SANGRE DE CAMPEÓN Sangre de campeón | Page 30

El perro chilló y me soltó. Hubo exclamaciones de enojo. Lobelo protestó: -¿Qué haces? ¡Vas a lastimar a mi mascota! Volví a golpear al perro con la silla y entonces la fiera se olvidó del juego que le habían enseñado y se abalanzó a mi cara. Interpuse el brazo y me encogí. Comenzó a morderme todo el cuerpo. Sentí sus colmillos penetrar en mi costado, mis piernas, mi espalda, mi oreja... -¡Sepárenlo! ¡Lo va a matar! Al fin lo apartaron. Me quedé tirado en el rincón. Tenía la ropa desgarrada y varias heridas profundas. Estaba temblando de miedo y llorando de dolor. Dos muchachitas me llevaron a un sillón de la casa. -¡Pobrecito! -murmuró una de ellas -, ¿te sientes bien? Antes de que llegaras, estuvieron jugando con el perro. Hubo varios voluntarios. Fue divertido, pero contigo las cosas se salieron de control... Pobrecito... Voy por medicina. Me senté en el sillón y sentí que me desmayaba. A los pocos minutos volvió. -Necesitas desvestirte. Para lavarte y ponerte desinfectante. -¡Yo me voy! -dijo la otra chica -. Te quedas con él. -¡Nada de eso! Felipe, desvístete solo y entra al baño a curarte tú mismo. Aquí están las medicinas. Caminé abriendo las piernas, lleno de vergüenza. Entré al sanitario. Me quité el pantalón lo lavé, lo exprimí y lo froté con una toalla. Las heridas me lastimaban el cuerpo, pero el pantalón orinado me lastimaba el amor propio. 30