-Ay sí, chulis -dijo Lobelo con tono de burla--. “No le digan nada
a mi papá”. Ja, ja. Te creí más valiente. Además, grandísimo
animal, fue por tu culpa que nos descubrieron. Estabas ahí, pegado
al agujero, viendo a las viejas encueradas -comenzó a reírse -.
Luego, te caíste y rompiste todo. Eres un idiota, Felipe. Ocasionas
problemas dondequiera que andas. Tienes la culpa de que tu
hermano esté en el hospital. En realidad tienes la culpa de todo lo
malo que pasa a tu alrededor.
Se subieron a la motocicleta y la pusieron en marcha. Esta vez
no me invitaron. Caminé por la calle sintiéndome como un gusano.
-Cobarde, “mala suerte” -me dijo el gordo.
Lobelo hizo que la motocicleta pasara rozándome y me golpeó
en la nuca con la mano abierta. Esta vez, sí me fui de boca. Tardé
en levantarme.
-¡Por todos los santos, Felipe!, ¿dónde andabas? -me preguntó
Carmela en cuanto llegué a la casa.
-Fui a dar la vuelta.
-Tu mamá me advirtió que...
-Ya sé, ya sé, ya sé...
Prendí la televisión y subí el volumen al máximo para no oír sus
regaños. Cuando la nana se fue, sintonicé las caricaturas, bajé el
volumen y me quedé dormido.
Varias horas después, el teléfono sonó y desperté. Había
comenzado a oscurecer. Era mi papá.
-Hola, hijo. ¿Cómo estás?
-Bien, ¿y mi hermano Riky, ha mejorado?
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