-No somos deportistas -aseguró Lobelo-. Vengan, les voy a
enseñar algo increíble.
Lo seguimos. Entramos a las regaderas de hombres; el
ambiente estaba húmedo y el piso mojado. Varios señores se
bañaban, y una nube de vapor los envolvía. Lobelo caminó por
delante volteando para todos lados como un ladrón. Llegó hasta la
esquina del vestidor, abrió rápidamente una pequeña puerta y se
metió, haciéndonos señales para que lo siguiéramos. Era el cuarto
de máquinas, habla motores y calderas.
-¿Qué hacemos
descubren...
aquí?
-pregunté
asustado
-.
Si
nos
-Cállate cobarde... Vengan. Miren eso.
Señaló con el dedo una mancha en la pared.
-¿Qué es? -pregunté.
-Un hoyo. De seguro lo hizo algún trabajador de mantenimiento.
Lobelo subió a la caldera y se detuvo sobre el muro para
agacharse un poco y mirar por el agujero.
-¡Guau! -exclamó después -. ¡Vean nada más! ¡Qué mujer! Está
gorda y llena de bolas. ¡Y aquella! ¡Qué diferencia! Ésa si es una
flaca.
-A ver. Déjame ver.
El amigo de Lobelo se trepó junto a él. Tuve la sensación de un
hormigueo en el estómago. ¿Estaban viendo mujeres desnudas por
ese agujero?, ¿pero, cómo?
Pasaron mucho tiempo turnándose para mirar. Después de un
rato me dijeron:
-¿Quieres echar un vistazo? ¿O te da miedo?
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