3.
Un campeón valora sus hermanos
Fuimos al patio. Procuré no mirar la sangre en el piso.
-Ayúdame a levantar esto -le pedí a Carmela.
-Felipe, ¿qué vas a hacer?
-Si mi hermano guardaba un secreto en el techo de la casa,
tengo que descubrirlo.
Se llevó una mano a la boca y exclamó:
-¡Virgen Santísima!, ¡no subas!, ¡te puede pasar algo!
Comencé a mover la escalera. Carmela me auxilió a
regañadientes. La pusimos donde el terreno estaba más firme, pero
en cuanto miré hacia arriba me arrepentí de lo que iba a hacer. Era
demasiado alto. Carmela suplicó:
-Mejor vamos adentro, Felipe. Prepararé la merienda.
Asentí. Los fantasmas de la preocupación y la duda
comenzaron a atormentarme: “¿Y si mi hermano se muere?, ¿y si
queda paralítico?, ¿y si no lo vuelvo a ver?”
Traté de tranquilizarme. Recordé que papá había escrito una
carta para explicarme algunas de sus ideas. Tuve deseos de leerla.
Quería comprender los castigos, los enojos y la frialdad de los
adultos. Carmela fue a la cocina; yo a mi cuarto. Busqué uno de mis
pantalones sucios en cuya bolsa había metido el sobre. Todavía
estaba ahí. Lo abrí.
La carta, decía:
Felipe:
La situación entre tu hermano y tú es intolerable. No puede
continuar.
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