24. Un campeón pone manos a la obra
El coche chocado que los delincuentes abandonaron, era del
señor Izquierdo. La policía se movió con excesiva prontitud. Gracias
a eso atraparon a los cuatro malhechores en casa de Lobelo.
La anciana que fue asaltada junto con su esposo, esta vez
identificó plenamente a los ladrones. “ ¡Son ellos!”, aseguró.
Entonces comprendí: El señor Izquierdo nunca actuaba solo.
Tenía cómplices. Cuando intentaron robar mi casa, iban en dos
automóviles. También cuando asaltaron a los viejitos; por eso la
mujer sólo vio a dos de los delincuentes. Los demás estaban en el
otro coche.
Recordé que Lobelo me había dicho, mientras me restregaba
en la cara un reloj de pulsera: “Mira esto. Era del anciano al que le
dio un paro cardiaco. También tengo su anillo y su cartera de piel.”
Después recordé cuando me dijo que yo sería más feliz si mis
padres se murieran o divorciaran: “Soy libre como los pájaros. Mi
padrastro me deja hacer lo que quiero, no se mete conmigo y me
enseña a ganar dinero fácil.”
¡Dinero fácil!
Por eso el hombre acabó en la cárcel y Lobelo tuvo que huir.
No sé adónde fue. Ojalá haya buscado a su madre. Me hubiera
gustado hablar con él, para ayudarlo. Sé que también tiene sangre
de campeón y puede purificar su esencia. Con quien sí pude hablar,
fue con su amigo, el gordito. Se llama Roberto. Le platiqué sobre
Ivi, sobre la caja de tarjetas y sobre los guerreros protectores. Me
escuchó con la boca abierta. Pude detectar que todavía es un niño
de corazón. Eso le ayudará. Por lo pronto, no ha vuelto a
molestarme.
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