-Una amiga me lo obsequió.
-Es curioso... -dijo pensativo -. Escuché esa historia hace
muchos años... y me ayudó a comprender a mi padre. Él era un
hombre enfermo de los nervios, arrugado y encorvado; trabajaba
incansablemente... Yo me enojaba porque casi no jugaba conmigo,
pero cuando supe la historia del cuadro de las manos orantes,
entendí que él se estaba “deshaciendo” para que yo “me hiciera”.
Entonces lo amé y lo respeté...
-O sea... -quise opinar y me quedé pensativo.
-O sea -completó papá -, que hay dos tipos de personas
importantes en el mundo: las que apoyan y las que sobresalen. Las
primeras no siempre logran dinero o fama pero son las más
valiosas... Por ejemplo, ¿conoces a alguna anciana que dio la vida
para ayudar a sus hijos?
-Si.
-Pues gente como ellas son manos orantes, que
voluntariamente se han “deshecho” para que otros se realicen...
Ese es el mensaje del relato. De los dos hermanos, aunque el
pintor haya logrado popularidad, el obrero será siempre el
personaje más extraordinario...
Me quedé en silencio. Al comprender la propuesta sentí temor...
¿Significaba acaso que yo debía consumirme para que mi hermano
se levantara?
Dormí muy mal esa noche. Me la pasé tomando decisiones
drásticas, entre sueños.
A la mañana siguiente, el procedimiento de transplante se inició
muy temprano.
Me llevaron al quirófano en ayunas y el médico me explicó lo
que iba a suceder:
-Te pondremos anestesia de bloqueo. Se te dormirá la mitad de
tu cuerpo. Después, mediante una aguja especial que perfora los
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