entonces, no volvió a entrar al cuarto en el que yo hacía mis labores
escolares. Jugaba con el vecino afuera.
Una tarde, cuando comenzaba a oscurecer, escuché ruidos
extraños en el techo. La casa de dos pisos era demasiado alta. Salí
al patio. Encontré al vecinito mirando hacia arriba y a Riky corriendo
por la azotea.
-¿Qué haces allí? -le grité.
-Vine... –dudó -, ¡ah, sí! ¡A buscar mi pelota!
Entré a acusarlo. Me interesaba más hacerlo quedar mal que
ayudarlo a bajar. Mi madre estaba bañándose.
-Mamá –grité -, ¡Riky se subió al techo! Ahora sí vas a tener
que castigarlo.
-¿Cómo dices?
-Anda en la azotea. Subió por la escalera de aluminio con la
que estoy pintando.
-¿Dejaste la escalera recargada en el muro?
-Sí. Es muy larga. Apenas la puedo mover, pero no la dejé ahí
para que Riky se subiera. ¡Debes regañarlo!
-Dile que se baje -suplicó.
-No me obedece.
-¡Ayúdalo! -insistió.
-Es su problema. Que baje solo.
En ese instante recordé que la escalera estaba apoyada sobre
una superficie desigual y que había enormes piedras en el suelo. Si
mi hermano no tenía cuidado, podía...
C uando razoné esto, era demasiado tarde.
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