A principios del siglo XX fue pintado un cuadro con dos manos unidas en forma de
oración. La imagen revela un profundo misticismo que ha inspirado a miles de
personas en el mundo.
Dice la leyenda del cuadro que dos hermanos huérfanos deseaban ser pintores,
pero no tenían dinero y la única fuente de ingresos en el pueblo era la vieja mina.
Ambos echaron a la suerte cual de los dos trabajaría como obrero y cual iría a la
academia de pintura. Perdió el mayor.
Pasaron cinco años. Al fin, el menor se graduó como pintor.
El día de la fiesta, le entregó a su hermano el diploma y le dijo:
-Gracias por el sacrificio que hiciste por mí; ahora es tu turno de estudiar pintura;
venderé mis cuadros y pagaré tus estudios.
El hermano mayor renunció a la mina y fue a la academia, pero en cuanto tomó un
pincel vio que su mano temblaba.
El profesor le dijo:
-Lo siento, usted jamás podrá ser pintor; ha trabajado demasiado tiempo en la
humedad y ha adquirido una enfermedad reumática.
Se fue a su casa. Estaba alegre de haber podido ayudar, pero se sentía triste
porque no iba a lograr sus sueños jamás. Juntó sus manos y se puso a dar gracias
a Dios. El hermano menor llegó a verlo, le dijo:
-Ya me enteré de la mala noticia: jamás podrás ser pintor, ¡cómo lo siento!, dime
¿qué puedo hacer por ti?
El mayor contestó:
-Pinta mis manos mientras estoy orando... y, cuando veas el cuadro, recuerda que
estas manos se deshicieron para que tú te hicieras...
Me quedé observando la tarjeta sin comprender el mensaje.
A los pocos minutos llegaron mis padres. Les mostré el texto y
les pregunté qué enseñanza encontraban en él.
-¿De dónde lo sacaste? -cuestionó papá.
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