SAMIZDAT | Crónica de una vida nueva Noviembre 2016 | Page 4

4 samizdat S.- ¿Cuál ha sido tu labor en los campos de refugiados? ¿Qué has visto y cuál ha sido tu experiencia allí? ¿Qué te ha sorprendido más? ¿Has aprendido algo "para la vida" estando allí? B.J.- Llegué a Atenas el 18 de Mayo. Sabía que los voluntarios se reunían en el punto E1 del puerto de Pireo. Así que me planté por la mañana a preguntar. El primer día fue providencial porque me encontré con dos voluntarias españolas de la ONG REMAR que me explicaron cómo funcionaba todo y me dijeron que me quedara ayudando allí. Virginia y Mercedes, grandes personas. Me dijeron: “si quieres, en diez minutos llega la furgoneta que va al campo de Malakasa, ve allí, cuando vuelvas nos explicas”. Yo estuve en el campo de El Pireo (antes de que lo desmantelaran, puesto que era ilegal) y en el de Malakasa (campo oficial). En Malakasa estuve con afganos, ayudaba en la “car- Bea y Nushra pa-escuela” con los niños y jóvenes: pintábamos, hablábamos chapurreando inglés, jugábamos, etc. Lo primero de lo que te das cuenta es de la cantidad de niños que hay: niños que corren de un lado para otro, que saltan entre los pasillos de las tiendas, que cogen la tierra sentados, que te miran y te sonríen, que se te cuelgan. Y los niños son niños estén en el continente en el que estén. Son inocentes. Como anécdota, tenía una pulsera de Lourdes en la muñeca, y se la di a un niño que creo que se llamaba Nahid. Estaba feliz. Luego al irme vino corriendo y me da la devolvió. Cuando a la gente le explico que esto es algo generalizado no me creen, pero realmente es algo que está en su carácter. S.- ¿Qué tiene que ver con nosotros, occidentales, lo que está sucediendo con los refugiados en lugares como Grecia? ¿Qué podemos aprender de ellos? B.J.- Sí, como decía antes, tienen impreso en su carácter el ser acogedores, nobles, generosos y sencillos. Noté mucho la diferencia entre un europeo y un oriental. Ellos son más sencillos y naturales, y lo contagian. Había refugiados que colaboraban como voluntarios para ayudar a los suyos y existía un vínculo muy fuerte entre los voluntarios veteranos NOVIEMBRE 2016 y los refugiados. Me viene a la cabeza Alberto, por ejemplo, el español que llevaba allí con ellos varios meses y que incluso se había apañado un colchón mal puesto para quedarse con ellos. No sabía ni una palabra en inglés, y toda la pared de la casa central estaba llena de dibujos de los niños para Alberto. Los jóvenes y mayores le trataban como un hermano, no puedo describir cómo le trataban; creo que la palabra que más se acerca sería “complicidad”. Una mirada de picardía y fraternidad en silencio. Y mil ejemplos de tratos así entre voluntarios y refugiados. Y es que en realidad no son ni voluntarios ni refugiados; es una amistad sin barrera alguna. Esa es una de las cosas que he aprendido: que existe una injusticia tan grande y que lo que vence es esa esperanza sutil que nace del “no estar solo”. Por eso creo que lo que es realmente Europa está en Alberto, en Virginia, en Lucía... voluntarios que se han quedado mucho más tiempo que yo, y en los que he visto materializada la palabra ‘’bien’’. En El Pireo estuve al final de la semana –estuve una semana en Atenas–. Allí vi lo peor. Como ya he dicho, Malakasa es un campo oficial, y allí el gobierno contrata un catering para que tengan comida, y tienen baños y duchas. No daba para mucho pero al menos era mejor que en el puerto de Atenas. El Pireo era ilegal, las tiendas estaban en muy mal estado, no eran las carpas blancas que hay en los campos oficiales. Había familias enteras (y las familias musulmanas son grandes) apiñadas desde hacía meses ahí, a veces sin apenas comida, con váteres químicos que en muchos casos estaban sucios y desbordados, con duchas precarias para tanta gente (había 2000 personas). El olor de El Pireo lo decía todo: un olor a indigencia y caducidad. Era como un poblado chabolista; los niños sucios, despeinados, como gatos callejeros. Muchos niños también sin que nadie les vigilara, porque las madres se quedaban en las tiendas con los más pequeños. Lo que hacíamos era jugar al fútbol con ellos en el polígono. Sólo necesitaban eso: ¡jugar!. Era precioso verles reír a carcajadas, cuando les salteabas y les cogías en brazos corriendo; se reían como nadie. En una de esas me caí al suelo y me hice una herida. Me fui a sentar y llegó una amiga kurda siria, www.periodicosamizdat.com