Lenguaje y época
Cuando algunos dicen que nada ha cambiado a
excepción del lenguaje desconocen las sensibilidades y
el deseo que el lenguaje ocasiona. Lo pasado de moda es
también lenguaje que nos quedó anulado por múltiples
razones, a veces creando nuevas identificaciones,
pero, otras tantas, impidiendo la posibilidad para
identificarse, cuestionar u oponerse.
Ya los músicos no dicen ser de izquierda y mucho menos
de derecha. La contradicción interesante de nuestra
época en la ciudad es que hay una tendencia mayoritaria
a no pelearse de forma radical con el mercado y está
muy dividida la visión frente a la popularidad. Del otro
lado, se encuentra una mayoría de músicos que buscan
la independencia, lo que se discute fundamentalmente
en dos vías: una espontaneidad sin intención, a veces
muy despreocupada, que alterna con una gran devoción
por la música, y los vínculos con organizaciones,
tendencias ciudadanas, Estado y mercado.
Más que limitarse a los músicos, acá hablamos de
la flexibilidad con que construimos las posiciones
en nuestros tiempos, en un mundo que perdió
centralidades y rostros en los que depositar oposiciones
y entusiasmos. Estamos, a la vez, expuestos a una mayor
movilidad y a una apremiante inestabilidad.
Es también la época en la que las prácticas se pueden
mover fluidamente entre lo real y las múltiples
ficciones. Se hace evidente, en el flujo de información,
que no podemos estar seguros de lo cierto, y así muchas
cosas indispensables o “serias”, como todo el sistema
financiero, las leyes, los discursos de los mandatarios
y las elecciones, al caer en un terreno abstracto, pero a
la vez cercano o manipulable, ya no se mueven por una
confianza presupuestada, sino por el desinterés cínico
con el que se sigue la corriente.
El mundo de los descreídos ya no es un mundo de
antagonismo, es más un mundo de agonía. Y las nuevas
creencias vacías de lenguaje se disfrazan de vacío, de
ausencia, de no creer en nada. Esto implica riesgos como
el individualismo y la dificultad para crear redes, pero
también una mayor sinceridad de los vínculos –que no
funcionan con lenguaje prestado– y una nueva libertad
en no prestarse para “causas ajenas” o prefabricadas.
Quizá lo más interesante del punto de vista compartido
por una generación de nuestros tiempos es que la
alta capacidad de descomprometerse –saliendo y
entrando– crea que jóvenes y adolescentes –a la larga–
sean más difíciles de “usar”, lo que parece alinearse
también con una adaptabilidad que se vuelve –como
flexibilidad– en un nuevo código de resistencia.
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