completamente irreal”, cuando decide no poner precio
a su trabajo ni mucho menos negociar y alejarse de
ser productor para no tener que rectificar hasta el
cansancio una música carente de causa.
Ha sabido cómo sentir el llamado de cierta
independencia y cierta libertad cuando ha entrado
en desacuerdo con juegos mediáticos y con el eterno
photoshop -o edición exagerada- que se vuelve el
estudio de grabación.
Después de haber dejado huellas profundas en
procesos musicales tan significativos para la música
de la ciudad, él siente que la única persona que se sabe
sus canciones es Manuela (su esposa) y reencuentra el
sentido de girar -recorrer el mundo con el anonimato
de esos sonidos efímeros- en volver con nuevas
historias para su hijo.
Los viajes con las bandas “es pelear con un dragón en
silencio”. Muchos de los músicos con los que trabaja
quieren que el sonido funcione bien y no ven cada
concierto como una innovación, como algo único como
lo ve Federico; el público al ir a un único concierto
no siente la evolución o variación creativa del sonido
entre presentaciones y su familia está muy lejos para
atestiguar aquello que es efímero.
Él es su propio testigo de la búsqueda estética
de su sonido, de su talento tranquilo a través del
tiempo y del espacio.
Después de los vuelos retrasados, de la fatiga de salas
de espera y de la exposición a las requisas, de los
hoteles con postres caros y malucos, habitaciones
insulsas, la búsqueda se hace solitaria y es una
introspección frente a la consola.
Siente que su música ha estado siempre en función de
algo, no de cautivar o de agradar. Cuatro composiciones
para piezas de danza contemporánea -que pareciera
obviar cuando habla de su música- ponen su creación
en relación con algo que estaba ocurriendo y vuelven
su responsabilidad como compositor algo concreto.
De la música lo angustia el carácter inacabado de
todo arte. Quizá una personalidad obsesiva -aunque
desenfadada- y proclive a una honda introspección
lo ha llevado en los últimos años a buscar sosiego
en la programación. Poner su fuerza creativa en la
programación -entre el tiempo libre que deja su oficio
musical y siempre en relación con la movida de la
música- le da la posibilidad de trabajar en algo con un
nivel de abstracción muy grande aunque -a diferencia
del arte- con la evidencia indiscutible de final: un
terreno donde las cosas funcionan o no funcionan.
La música -por su parte y como tarea
eternamente inacabada- es su gran posibilidad
para construir un mundo tan irreal como el que
palpita en su imaginación.
“La pintura por tener la imagen ahí y la literatura
por el peso de la palabra aferran a una relación con
la realidad (…) inevitable”, los sonidos pueden ser
apenas la insinuación de algo que existe -porque
inventamos un instrumento o un aparato- pero en su
mezcla se pierde el parangón y desaparece la pregunta
de a qué se parece.
Fede siente que su imaginación produce un
mundo que es difícil de referenciar y que puede
ser emocionalmente confuso o contradictorio si se
intenta expresar con la literalidad del lenguaje o de
las imágenes. Él encuentra en la música esa forma de
exponer su cosmogonía.
Una sensación de comprensión y una profunda
admiración por un padre ingeniero con el que se
sentaba a ajustar el equipo de sonido -arreglar o
cacharrear- y luego lo escuchaba tocar una guitarra
con la que enamoró a la mamá. Ambas experiencias le
fueron dando desde niño caminos para mantener la
complicidad y encontrarse con ese primer referente.
Pero el padre es el ingeniero práctico y aunque
Federico es un sonidista diestro, lo entendemos
más como un artista incapaz -muchas veces- de
desencriptar -o simplificar- su obra. Su mirada que
guarda una poética, una mirada muy distinta -muy
libre y muy desadaptada y por lo tanto incompetente
para algunas pretensiones de funcionalidad- se puede
comprender acompañando a ese niño que viajaba
en el transporte escolar y fijaba obsesivamente su
mirada a diario en una familia de habitantes de calle y
específicamente en una niña de su edad, fantaseando y
hasta planeando cómo sería saludarla y presentarse.
Más allá de la creación que con mucha intensidad
siente pendiente, ahora su camino está yendo a las
causas de la música. Para él, la música tiene que estar
antecedida de un concepto, algo que inserte la creación
musical en un mundo inventado o en una forma de
estar en este mundo, una necesidad expresiva que se
vuelve una guía creativa.
Ahora Federico prefiere trabajar sobre canciones
y sobre la música, y piensa que en algún momento
trabajará -tan sólo con la guitarra acústica- para
orientar y nutrir la causa tras la obra. Ayudando a
encontrar esa causa -a distinguirla- y abrigándola,
toda la cadena técnica y creativa queda habilitada
en lo profundo de una canción, pero también en el
compendio que es un artista.
Su trayectoria ha sido del sonido a la producción,
de la producción a la canción y de la canción a
la causa, silenciosa -aunque llena de frutos- y
con el ritmo de cambios y renuncias que obliga a
“mantenerse fiel a una pregunta”.
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