Mientras más conocemos de los músicos, más
descubrimos lo inevitable de músicas que no pudimos
conocer. Es casi un mito como pensamos la relación
entre receptor y emisor de música; como si se tratara
de algo dado, buscado por cada artista, como si los
canales de distribución contaran con esa sabiduría para
no dejar pasar nada de gran calidad.
Para no olvidar una relación o esencia con la música,
un ejercicio puede ser el de preguntarnos por esas
canciones que cantamos y que probablemente vienen
de una época en la que el autor no era tan importante.
Nos hace falta cantar incluso aquello que no sabemos
de dónde sale o quién fabricó, por fuera de la industria
hay muchas otras relaciones con la música. La música
nos da raíces y nos da vuelo, nos cura, nos permite
permanecer y fugarnos.
Sabemos que las partículas de la música son el sonido,
pero no sabemos qué pasa con esos sonidos. Ondas
que capta el oído y que crean una sospecha, y con esa
sospecha, tantas veces cuando la música es crucial,
no sabemos qué hacer. Medellín vivió épocas en las
que la estigmatización de sonidos y géneros fue muy
fuerte por los medios establecidos y los generadores
de opinión. Aún hoy se pueden encontrar voces sobre
ritmos dañinos, canciones que inducen al mal y hasta la
acusación de los mensajes subliminales.
La capacidad expresiva de la música sobrepasa la
erudición, los idiomas; logra la democratización que
tiene una imagen, creando comunión con públicos muy
diversos (algo que no logra la literatura porque tiene la
exigencia del idioma y la restringe los diferentes niveles
de analfabetismo); también cuenta con la capacidad
de apropiación y de impregnar la cultura que tiene un
poema y una portabilidad muy alta, por la costumbres
de los esquemas de tres o cinco minutos, y por las
nuevas tecnologías.
La música es un arte muy poderoso que tiene
experiencias intensamente alternas. De un lado la
soledad y aislamiento que permiten unos audífonos,
como también la práctica individual frente a una
partitura, que deja un mapa de la obra que no tienen
otras artes. Por otra parte, está lo gregario, los
multitudinarios conciertos, que siguen siendo la mayor
cita que genera el arte, y que crea una interacción,
tan primitiva como eterna, cuando logra que una
muchedumbre ruja al unísono ovacionando a un
artista y cante –como un susurro de un gigante– las
canciones aprendidas.
La música, en todo caso, apareciendo en la sociedad que
le toque, es el terreno poderoso de las vibraciones y las
frecuencias para potenciar un mensaje o, simplemente,
para apelar directamente a los estados de ánimo. Es
cierto, que si es buena, siempre será subliminal.
Foto: Anderson IV tiempos
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