Noruega, derrochaban elogios hacia las nacientes
bandas de Metal, Ultrametal y Black Metal que
surgían en la ciudad.
El Punk, por su parte, parecía iniciar de manera más
extravagante. Aunque en ninguno de estos géneros
había, en principio, una pregunta por la técnica, en el
Punk el caos era imperioso: tres acordes y una idea
de denunciar a gritos los sinsentidos de la ciudad;
mientras que en el Metal la metáfora, las figuras y la
retórica, aunque inconstantes, eran más trabajadas.
Un disco de vinilo llegaba a la ciudad y caminaba de
parche en parche, tocadiscos y grabadoras portátiles,
o iba a parar a la casa de alguien donde los demás
iban a escucharlo. Pasar a casetes, hacer compilados
y empezar a grabar los propios sonidos en una
grabadora casera. Así se fue dando esta suerte de
mestizaje musical que fue engendrando sus propios
sonidos, esos que años después serían llamados Punk
Medallo y Metal Medallo. Quizás su autenticidad en lo
técnico estaba en la precariedad de los instrumentos
y en la baja calidad de las grabaciones, pero lo cierto
es que había una fuerza creadora poco antes vista en
la ciudad. Ensayos diarios, conciertos improvisados
cada fin de semana y bandas que emergían sin
muchos preámbulos. La velocidad de este auge dio
como resultado que en muy poco tiempo había otros
sonidos fuera de estos dos géneros. El Hardcore, en sus
primeros años, mediados de los ochenta, recogió esas
letras descarriadas y directas del Punk, pero les agregó
la fuerza y la variedad rítmica del Metal.
Entre varios subgéneros, cruces y variaciones del Metal
y el Punk llegó la década del noventa. El ruido bajaba
un poco. Pero no era por que hubiera menos bandas;
a lo mejor se debía a la búsqueda de una “limpieza” en
la música. Con esto, de la mano de la tecnología y de
cierto cansancio frente a los dos géneros que habían
reinado una década, llegaba el Rock Alternativo. Con
mejores posibilidades de grabación y de sonido en vivo,
la música en la ciudad ampliaba sus posibilidades.
Para bien o para mal, algo cambió en la década de
los noventa. Para algunos fue una mengua en la
intención creativa y de hacer música a cualquier precio,
para otros fue una pregunta por hacerla mejor, por
profesionalizarse, por hacer de la música una industria
o, al menos, un modo de vida. De cualquier manera,
esto trajo otras dinámicas. Los grupos siguieron
apareciendo, la técnica había mejorado, la figura de la
sala de ensayo tomaba más forma y ya había mejores
grabaciones y circuitos de distribución.
En la transición entre los ochenta y los noventa el
circuito ya no era solo de Punk, Metal y Rock: el Rap,
que había empezado en la ciudad por el baile y el
graffiti, también se fortalecía con grandes clanes
locales. El Reggae empezaba a surgir desde algunos
bares y discotecas y los primeros experimentos de
Electrónica emergían cercanos al Rock. Entre todos
estos géneros aparecían intersticios, pruebas y
experimentos musicales. Algunos como fiascos de
garaje, otros llegando a marcar un estilo y una pauta
para las agrupaciones venideras.
Los noventa terminaron dejando muy alto el
listón y muchas bandas con proyección nacional
e internacional. En este punto, después de dos
décadas de ruido, es que empezaron masivamente
las instituciones a acercarse a estos sonidos. Desde
la Alcaldía, pasando por fundaciones y corporaciones
(sin ánimo de lucro), hasta el sector privado, tendrían
un contacto con estos sonidos, lo que se reflejó en más
y mejores espacios para las bandas, quizá en algunas
remuneraciones económicas y, algo que antes era casi
insólito, en el apoyo y acompañamiento a procesos de
formación alrededor de estas músicas.
El ruido en la ciudad no ha desaparecido, sólo ha
tomado caminos extraños. Quizás podría pensarse
la historia del ruido en la ciudad, por lo menos de la
década del ochenta hasta la primera década del dos
mil, como una historia en la que se ha ido bajando el
volumen; pero no ha sido una búsqueda del silencio,
más bien ha sido aprender a contro