ARTÍCULO
Descartando un Nobel de Literatura, hay que establecer
categorías. 31 Minutos no va junto al tintineo del anuncio
de detergente, tampoco con el despliegue de putipop en
la radiodifusora local, una vez que ataca no urge sacarlo
de la cabeza. Son un show de títeres como Los Muppets o
Plaza Sésamo, pero de Kermit o Abelardo ¿recuerdas
alguna rola? ¿Los pondrías en la tele?
Ante la confusión, Bodoque. Que exhala una fumarola de
tabaco negro y amargo: “Evidentemente los Muppets son
un gran referente de lo que hacemos. Pero nosotros
somos la versión del desparpajo. Lo nuestro tiende a
vincularse mucho más con la realidad pues los personajes
son una canalización de la gente que va por la calle.
Supongo que nos aprovechamos de la libertad que te da
el ser sudamericano y no venir del mundo del títere. Yo soy
director de tele, periodista, no me siento amarrado a
ciertas cosas”.
Escucho tiro la nostalgia por borda, “periodismo” dijo,
“infancia es destino” me digo, “adolescencia” me corrijo. Le
hablo al hombre/conejo sobre ideales, le hablo de ética y
de difusión, de insurgencias y utopías. Pero lo aburro, me
detiene al paso y me aclara:
“31 Minutos es un noticiero porque Pedro (Peirano,
cocreador de 31 Minutos y voz de Tulio Triviño) y yo
somos periodistas, es lo que conocemos. Yo no podría
hacer un show sobre un hospital, porque no sé cómo es el
vínculo entre un doctor y una enfermera, pero el periodis-
mo lo viví. Sé perfectamente cómo se relaciona un jefe de
piso con el conductor, los periodistas, quiénes fluyen y
quiénes son distantes. Es el mundo que habitamos y se
nos hace fácil hacer comedia dentro de él.
A mí lo que me interesaba eran los documentales antro-
pológicos. Yo llegué al periodismo por apego a los medios,
no el periodismo en particular, sino el mundo de los
medios. Es un mundo muy entretenido, lamentablemente
la gente que trabaja en medios los convierte en cosas muy
chatas, pero para mí la tele, la radio, el diario o el cine son
algo fascinante que, si tienes el don, permiten vincularte,
entretener, emocionar; es perfecto”.
Juan Carlos Bodoque y su nota verde se desmoronan poco
a poco frente a mí. Mientras elucubro alguna pregunta o
argumento que me devuelva al personaje, aparece la
plaga de metro y medio. Brincan, chillan, piden autógrafos
y abrazos. Ante mi asombro, Álvaro se ve tan incómodo
como yo, acostumbrado pero reticente.
No agudiza la voz, no se hinca ni se agacha, no hace
preguntas retóricas. Firma, agradece, intenta sonreír. De
entrada, trata igual al niño que al reportero. Pero el repor-
tero no es un niño. ¿Seguro que no soy un niño?
Los detestables se esfuman tras las faldas de sus madres.
Incierto sobre quién es él o quién soy yo, cuestiono -ahora
sí- a Álvaro Díaz. Farfulla y responde que “obviamente
Bodoque es mi personaje más cercano porque lo hago yo,
lo he ido creando y lo conozco demasiado.
Pero si no fuera él, sería el Tío Horacio o el Tío Pelado, que
también los hago yo, pero no tanto por eso. Horacio y
Pelado son personajes más oscuros, realmente no tienen
nada de infantil pero también son queribles, me encantan
esos personajes porque son malvados de pacotilla. Son los
más mediocres, entonces les puedes meter muchas cosas
y crear un mundo alrededor. Por ejemplo, El Tío Pelado
siempre trata de hacer un negocio, el Tío Horacio tiene ese
programa miserable… esas historias son las que me
gustan”.
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